Ten Paciencia Conmigo

“Ten paciencia conmigo,” el servidor le pide al rey. “Ten paciencia conmigo,” el pecador le suplica al Señor. “Ten paciencia conmigo,” dice el hijo a su mamá mientras se hinca en el piso para limpiar el charco de leche que se cayó. “Ten paciencia conmigo,” le digo de mala gana a mi reflexión en el espejo.

El servidor perdonado, con quien el rey fue misericordioso, rehúsa extender la misma misericordia, sino lo encarcela a un hombre que le debe mucho menos hasta que pague lo que debe. Vemos las consecuencias graves de ser incapaces de perdonar al otro cuando el rey lo aprisiona al mismo servidor al saber de su comportamiento cruel.

De una manera, podemos decir que el servidor se ha encarcelado a sí mismo por sus acciones. ¿No nos hacemos lo mismo cuando no somos capaces de perdonar las deudas contra nosotros? La misericordia más difícil de aceptar parece ser la que debemos a nosotros mismos. Esto es verdad especialmente cuando se trata de perdonarme de mis equivocaciones como mamá. Dios me ha perdonado de mis horrores y tropiezos como mamá, pero se me hace difícil perdonar a mí misma. Me encarcelo en la duda y el remordimiento.

Jesús concluye esta parábola con una directiva clara. Debemos perdonar a los demás “de corazón.” Somos llamados a una metanoia personal – un cambio de corazón espiritual. La Iglesia ofrece la oportunidad más increíble de recibir la misericordia del Rey a través del Sacramento de la Penitencia. El Catecismo enseña que la contrición abre al penitente a “una reorientación radical de nuestra vida entera, un retorno, una conversión a Dios con todo el corazón.” Un cambio radical a un corazón misericordioso, una vez aceptada y extendida, es la clave de nuestra libertad de la cárcel de la falta de perdón.

Querido Señor Misericordioso, llena mi corazón con la gracia necesaria para perdonar como Tú perdonas. Señor, deseo una reorientación radical de mi corazón para que sea más semejante al Tuyo.