Ir de retiro por dos días con veintinueve jóvenes de octavo grado era una de las experiencias más agotadoras que he vivido. La secundaria es una época cuando los jóvenes y las jóvenes comienzan a hacer las grandes preguntas de la vida. Empiecen a entender poco a poco quienes son y porque han sido creados. La respuesta clásica y fácil a esta pregunta se encuentra en el Catecismo de Baltimore. Estás aquí en la tierra para amar y servir a Dios. Esta respuesta dulce, sencilla y directa parece llegarles. Sí, somos creados para amar y por amor. Como seres humanos, somos hechos para relaciones interpersonales. Ser creados a imagen y semejanza de Dios significa que somos hechos para reflejar el amor de la Trinidad, una comunión de personas divinas en el amor divino. Enseñar a los niños estas verdades es un reto. Estos jóvenes de trece años tienen una cultura abrumadora y un ambiente que daña su entendimiento del “amor”.
En las lecturas de hoy, oímos a Jesús proclamar el Gran Mandamientos (Marcos 12:28-34). Jesús nos da este mandamiento corto pero profundo; amar a Dios con todo el corazón, todo el alma, toda la mente y toda la fuerza, y amar al prójimo como amamos a nosotros mismos. Algunos podrían ver este gran mandamiento y responder, “parece bastante fácil”. Estar sentada en un salón con niñas de trece años me demostró que no es tan fácil. Durante la dura adolescencia de hermandades, algunos estudiantes empiecen a compartir sus dolores y sus heridas. Muchas de estas estudiantes han sido abusonas o han sido intimidados por otros. Estaban sentadas en círculo y compartieron sus pensamientos de cómo creyeron las mentiras que los demás decían de ellas. Creyeron las mentiras de sí mismas o de los demás que son feas, gordas, fastidiosas, tontas o que no importan nada. Mientras me senté en el círculo con ellas, las miré a todas y vi solamente belleza. Vi a niñas bondadosas, niñas fuertes, niñas maduras, niñas completamente únicas y bellas cada una. A través de la conversación y las lágrimas, me acordaba del hecho tan real que batallamos por amarnos verdaderamente a nosotros mismos. Ya no estoy en la secundaria. No tengo muchos abusones que me dicen mentiras en mi propia vida. Sin embargo, sí se cómo es no amarme a mí misma, igual que mis alumnas. A veces yo soy mi propia peor abusona.
Cada vez que leo sobre el Mayor Mandamiento de Jesús, siempre pregunto, “¿Cómo podemos amar al prójimo como a nosotros mismos cuando realmente no amamos a nosotros mismos?” Para vivir esta regla de oro de verdad, tenemos que pararnos. Tenemos que mirarnos a nosotros mismos y ver valor, mérito, y belleza. Amarte no es egoísta, sino es necesario para vivir una vida santa. La batalla contra nosotros mismos en la vida interior puede ser agotadora. Pero es en medio de esta pelea somos obligados a recibir el amor de Dios y seguir luchando la buena batalla. ¿Cómo podemos amar al prójimo como a nosotros mismos? ¿Cómo debemos amarnos a nosotros mismos? Somos llamados a amarnos y vernos en su Palabra de Verdad. Somos llamados a amarnos como Dios nos ama.
En la Cruz es donde encontramos nuestra importancia, nuestro valor, nuestra dignidad como seres humanos. Solo viviendo en el amor sin fin de Cristo, podamos amarnos y amar al prójimo como a nosotros mismos. Aunque estés en la secundaria, un alumno de la universidad o un padre o una madre de familia, nos encontramos constantemente en esta batalla de mentiras. Tenemos que estar tranquilos. Jesús quiere enseñarnos a amar. San Maximiliano Kolbe dice, “La Cruz es la escuela del amor.” En la cruz es donde descubrimos cómo debemos amarnos a nosotros mismos y a los demás. Durante esta temporada de Cuaresma, quiero darles el reto de reflexionar sobre el amor que tienen hacia sí mismos. ¿Crees las mentiras o te dices mentiras? ¿Estás escogiendo el mayor bien para ti mismo? ¿Conoces la voz de Cristo y lo que dice de ti? Quiero darles el reto de verse y amarse verdaderamente como Cristo los ama. Es de esta batalla que podemos rendir frutos en nuestro amor a Dios y a nuestros prójimos.