Stand Up For Your Faith / Defiende Tu Fe

Part of my job at my parish is forming and preparing the eighth grade students for the Sacrament of Confirmation. I enjoy the preparation program that we use and I often find myself learning right alongside the Confirmation candidates. 

One line from a recent lesson’s video has really stuck out to me lately. While talking about the gift of the Holy Spirit called fortitude, the message to the candidates went a little something like this, “You probably aren’t called to be a martyr, to die for your faith. It’s more likely that you’ll be asked to simply stand up for your faith and say that you believe in Jesus Christ.” 

To an average eighth grade student, that’s a terrifying possibility. Even for those who attend Catholic grade schools and high schools, faith isn’t often talked about outside of religion class. It’s not daily lunchtime conversation. It’s not brought up on the bus. And, even if faith is brought up, often students don’t know what to say or how to say it … or they’re too scared to speak up. 

It’s not just today’s young people, though. Many adults feel the same way – that they’re ill equipped to speak eloquently and confidently about the faith or they are silent in fear of rejection and ridicule. 

That’s where I take comfort in today’s Gospel passage: “The stone that the builders rejected has become the cornerstone; by the Lord has this been done and it is wonderful in our eyes.” Trials and tribulations are part of the Christian life, as much as we may wish they weren’t. There are (or will be) times that we face rejection and times when enemies try to drag us down. 

But we should not fear – because the Lord is with us in these challenges. He will overcome, for He is more powerful than our difficulties. He is more merciful and loving than our enemies. And He will give us all the strength we need to stand up in and publicly proclaim our faith in Jesus Christ. 

May you be strong in the face of trial, brothers and sisters, and may you call upon the Lord for help. 

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Parte de mi trabajo en mi parroquia es formar y preparar a los estudiantes de octavo grado para el Sacramento de la Confirmación. Disfruto el programa de preparación que usamos y, a menudo, me encuentro aprendiendo junto con los candidatos de Confirmación.

Una línea del video de una lección reciente realmente me ha llamado la atención últimamente. Mientras hablaba sobre el don del Espíritu Santo llamado fortaleza, el mensaje a los candidatos fue algo así: “Probablemente no estás llamado a ser un mártir, a morir por tu fe. Es más probable que te pidan que simplemente defiendas tu fe y digas que crees en Jesucristo”.

Para un estudiante de octavo grado, esa es una posibilidad aterradora. Incluso para aquellos que asisten a escuelas primarias y secundarias católicas, no se suele hablar de la fe fuera de la clase de religión. No es una conversación diaria a la hora del almuerzo. No se menciona en el autobús. Y, incluso si se menciona la fe, a menudo los estudiantes no saben qué decir o cómo decirlo… o tienen demasiado miedo de hablar.

Sin embargo, no se trata solo de los jóvenes de hoy. Muchos adultos sienten lo mismo: que no están preparados para hablar con elocuencia y confianza sobre la fe o que guardan silencio por miedo al rechazo y al ridículo.

Ahí es donde me consuelo en el pasaje del Evangelio de hoy: “La piedra que desecharon los constructores se ha convertido en piedra angular; por el Señor ha sido hecho esto y es maravilloso a nuestros ojos.” Las pruebas y tribulaciones son parte de la vida cristiana, por mucho que deseemos que no lo sean. Hay (o habrá) momentos en los que nos enfrentamos al rechazo y momentos en que los enemigos intentan arrastrarnos hacia abajo.

Pero no debemos temer, porque el Señor está con nosotros en estos desafíos. Él vencerá, porque es más poderoso que nuestras dificultades. Es más misericordioso y amoroso que nuestros enemigos y nos dará toda la fuerza que necesitamos para levantarnos y proclamar públicamente nuestra fe en Jesucristo.

Que sean fuertes frente a la prueba, hermanos y hermanas, y que pidan ayuda al Señor.

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Erin is a Cleveland native and graduate of Franciscan University of Steubenville. She is passionate about the Lord Jesus, all things college sports and telling stories and she is blessed enough to get paid for all three of her passions as a full-time youth minister and a freelance sports writer.

Feature Image Credit: Kyle Glenn, unsplash.com/photos/dGk-qYBk4OA

That All May be Saved / Que Todos Sean Salvos

In today’s Gospel we read perhaps the most quoted verse of Scripture, that “God so loved the world that he gave his only son, so that everyone who believes in him might not perish but might have eternal life.” It’s printed on t-shirts, coffee mugs, those fancy picture frames that everyone has hanging in their bathroom, and on pencils to hand out to youth groups. 

I wonder if this is one of those verses that is so often quoted that it has lost some of its importance and just become a commonplace phrase. But today, on the Solemnity of the Most Holy Trinity, let’s take some time to really dive deep into what this passage means. If we go all the way back to the beginning we see Adam and Eve in the garden. They have been given everything they could possibly desire, but through an act of disobedience and selfishness, they lose their inheritance. They want to be God and in trying to become like him, they turn their back on the very One they want to imitate. 

God, of course, knew this was going to happen and had a plan from the beginning. The irony is that God wanted to allow all of us to share in his divine life. He wanted us to participate fully and intimately in his very divinity. This was the desire of Adam and Eve, to be more like God, but they tried to get there through disobedience, while Christ brings us there by his obedience to the Father. I have shared this quote from the Catechism (221) before that states, “God himself is an eternal exchange of love, Father, Son and Holy Spirit, and he has destined us to share in that exchange.” 

Adam and Eve lost their inheritance through disobedience. Jesus gave us our inheritance back by his obedience to the Father and offers to make us partakers of the divine life through the Holy Spirit. It’s the ultimate comeback story. This is why John 3:16 is such an important verse. Not because it can sell more merchandise to the Christian world than any other verse, but because it tells us of God’s plan right from the beginning to perfect us. 

This perfection does not come without a cost. As Scripture says, “We have been purchased for a price.” That price is the death and torture of Jesus Christ, who became man in order to to allow us to fully participate in the life of the trinity. What Adam and Eve did in the beginning, and what we continue to do today through our sin, can only be rectified by God stepping in and saving us. Today, let’s rejoice that he has. 

From all of us here at Diocesan, God bless!

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En el Evangelio de hoy leemos quizás el versículo más citado de la Escritura, que “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna.” Está impreso en camisetas, tazas de café, esos elegantes marcos de fotos que todo el mundo tiene colgados en el baño y en lápices para repartir entre grupos de jóvenes.

Me pregunto si es uno de esos versos que se citan con tanta frecuencia que ha perdido parte de su importancia y se ha convertido en una frase común. Pero hoy, en la Solemnidad de la Santísima Trinidad, tomemos un momento para sumergirnos en lo que significa este pasaje. Si retrocedemos hasta el principio, vemos a Adán y Eva en el jardín. Se les ha dado todo lo que podían desear, pero por un acto de desobediencia y egoísmo, pierden su herencia. Quieren ser Dios y al tratar de ser como él, le dan la espalda.

Dios, por supuesto, sabía que esto iba a suceder y tenía un plan desde el principio. La ironía es que Dios quería permitirnos a todos compartir su vida divina. Quería que participáramos plena e íntimamente en su divinidad. Este era el deseo de Adán y Eva, de ser más como Dios, pero trataron de llegar a través de la desobediencia, mientras Cristo nos lleva allí por su obediencia al Padre. He compartido esta cita del Catecismo (221) anteriormente que dice: “Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él.”

Adán y Eva perdieron su herencia por la desobediencia. Jesús nos devolvió nuestra herencia por su obediencia al Padre y se ofrece a hacernos partícipes de la vida divina a través del Espíritu Santo. Es la última historia de retorno. Es por eso que Juan 3:16 es un versículo tan importante. No porque pueda vender más mercancía al mundo cristiano que cualquier otro versículo, sino porque nos habla del plan de Dios desde el principio para perfeccionarnos.

Esta perfección no viene sin costo. Como dice la Escritura: “Hemos sido comprados por precio”. Ese precio es la muerte y tortura de Jesucristo, quien se hizo hombre para permitirnos participar plenamente en la vida de la trinidad. Lo que Adán y Eva hicieron al principio, y lo que continuamos haciendo hoy a través de nuestro pecado, solo puede ser rectificado si Dios interviene y nos salva. Hoy, alegrémonos de que lo haya hecho.

De parte de todos nosotros aquí en Diocesan, ¡Dios los bendiga!

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Tommy Shultz is a Business Development Representative for Diocesan. In this role he is committed to bringing the best software to dioceses and parishes while helping them evangelize on the digital continent. Tommy has worked in various diocese and parish roles since his graduation from Franciscan University with a Theology degree. He hopes to use his skills in evangelization, marketing, and communications, to serve the Church and bring the Good News to all. His favorite quote comes from St. John Paul II, who said, “A person is an entity of a sort to which the only proper and adequate way to relate is love.”

Feature Image Credit: Regine Tholen, unsplash.com/photos/ojGvj7CE5OQ

Wisdom and Conversation / La Sabiduría y La Conversación

“I sought wisdom openly in my prayer, I prayed for her before the temple…”

Conversation often seems like a lost art. In order to engage in true dialogue, we have to be willing to suspend our own thoughts, preconceived notions and perceptions to really listen and hear what another is thinking. We have to give up the need to be right and allow ourselves to open up and be vulnerable to someone else. That is a scary thought in this world, where shouting down the opposition and using influence and social power is often the path to getting what you want. 

Sirach teaches us another way. We are shown the value of pursuing wisdom. In making the search for wisdom the core of our lives, we are not merely seeking knowledge. Wisdom is not a prize to be grasped at but a formation of our soul, that innermost being given to us from God, that essence which makes us, us. In the pursuit of wisdom, our soul is oriented to God and aligns itself with him who is the Way, the Truth, and the Life. It is an openness, walking through the gate and along the level path. 

Perhaps this is why our efforts at evangelization so often fall short. We are a linear people. We are so convinced that others should come to know Jesus and will find fulfillment in the fullness of faith in the Catholic Church, that we spend our time attempting to convince others rather than listening. We are intent on transferring knowledge, but not allowing wisdom to form our souls. 

To be fair, reaching out in today’s world is a very, very scary situation. There are many, like those who questioned Jesus in today’s Gospel, who appear to want to have an open conversation, but whose true intent is to use words to capture and ensnare. Jesus gives us a model. While always remaining open to conversation and inviting others into the Kingdom of God, he does not get caught up in questions which are meant to sidetrack. His focus is on building the Kingdom of God, he will not be turned from that task by hostile questioning. 

Our work is to remain open, to pursue wisdom and then to rest in that wisdom so that we may share her path with others. The Catechism tells us that it will take patience. (CCC 854) We don’t need to convince others that they need Jesus. That is the work of the Holy Spirit. Our role is to continue to form ourselves in wisdom so that we are capable of conversation. We must be able to engage in sincere dialogue, including a willingness to listen with openness and vulnerability. Only when we truly listen, will those around us begin to listen to us. They will listen, not only by hearing our words but by learning from the actions of our lives. 

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“Bus[qué]  abiertamente la sabiduría. En el templo se la pedí al Señor…”

La conversación a menudo parece un arte perdido. Para participar en un verdadero diálogo, tenemos que estar dispuestos a suspender nuestros propios pensamientos, nociones y percepciones preconcebidas para realmente oír y escuchar lo que otro está pensando. Tenemos que renunciar a la necesidad de tener razón y permitirnos abrirnos y ser vulnerables a otra persona. Ese es un pensamiento aterrador en este mundo, donde gritar a la oposición y usar la influencia y el poder social es a menudo el camino para obtener lo que quieres.

Sirach nos enseña otra manera. Se nos muestra el valor de buscar la sabiduría. Al hacer la búsqueda de la sabiduría el centro de nuestras vidas, no estamos simplemente buscando conocimiento. La sabiduría no es un premio al que aferrarse sino una formación de nuestra alma, ese ser más íntimo que nos ha sido dado por Dios, esa esencia que nos hace nosotros. En la búsqueda de la sabiduría, nuestra alma se orienta hacia Dios y se alinea con él que es el Camino, la Verdad y la Vida. Se trata de una apertura, salir por la puerta y caminar a lo largo del camino llano.

Tal vez por eso nuestros esfuerzos de evangelización a menudo se quedan cortos. Somos un pueblo lineal. Estamos tan convencidos de que otros deben llegar a conocer a Jesús y llegarán a realizarse en la plenitud de la fe en la Iglesia Católica, que pasamos nuestro tiempo tratando de convencer a otros en lugar de escuchar. Tenemos la intención de transferir conocimiento, pero no permitir que la sabiduría forme nuestras almas.

Para ser justos, comunicarse en el mundo de hoy es una situación muy, muy aterradora. Hay muchos, como aquellos que cuestionaron a Jesús en el Evangelio de hoy, que parecen querer tener una conversación abierta, pero cuya verdadera intención es usar palabras para capturar y atrapar. Jesús nos da un buen ejemplo. Mientras permanece siempre abierto a la conversación e invitando a otros al Reino de Dios, no se deja atrapar por preguntas que pretenden desviar el rumbo. Su enfoque está en construir el Reino de Dios, no se apartará de esa tarea por cuestionamientos hostiles.

Nuestro trabajo es permanecer abiertos, buscar la sabiduría y luego descansar ella para que podamos compartir su camino con otros. El Catecismo nos dice que se necesitará la paciencia. (CIC 854) No necesitamos convencer a otros de que necesitan a Jesús. Esa es la obra del Espíritu Santo. Nuestro papel es seguir formándonos en la sabiduría para que seamos capaces de conversar. Debemos ser capaces de entablar un diálogo sincero, incluida la disposición a escuchar con apertura y vulnerabilidad. Solo cuando escuchemos de verdad, los que nos rodean comenzarán a escucharnos. Escucharán, no solo nuestras palabras sino aprendiendo de las acciones de nuestras vidas.

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Sheryl is happy to be the number 1 cheerleader and supporter for her husband, Tom who is a candidate for the Permanent Diaconate in the Diocese of Kalamazoo. They are so grateful for the opportunity to grow together in this process. Sheryl’s day job is serving her community as the principal for St. Therese Catholic School in Wayland, Michigan. Since every time she thinks she gets life all figured out, she realizes just how far she has to go, St. Rita of Cascia is her go-to Saint for intercession and help. Home includes Carlyn, a very, very goofy Golden Retriever and Lucy, our not-so-little rescue puppy. 

Feature Image Credit: Aaron Burden, unsplash.com/photos/QJDzYT_K8Xg

The Flying Novena / La Novena Volada

I suspect that if St. Mother Teresa commanded a mountain to be taken up and cast in the sea, the mountain would waste no time to get going. Such was the faith of this amazing woman. 

I learned about her flying novena when I led a small group of women through Fr. Timothy Gaitley’s 33 Days to Marian Consecration. It seems this novena – called a flying novena because she prayed the Memorare nine times in a row instead of nine days or nine hours in a row – was one of the more efficacious weapons in her spiritual arsenal. So great was her faith that she chased the ninth Memorare with a tenth of thanksgiving for the answered request. I can imagine her tiny self next to a giant mountain, praying the ten Memorares and the mountain getting up and dashing off to the sea.

I have experienced the power of the flying novena often and I consider it the prayer that is always answered. I have learned that it is good to have this unwavering and childlike trust in God’s providence. It’s not presumptuous – it’s faith. Our heavenly Father is a generous God who loves to answer our prayers. We just need to believe that. We hear it from Jesus himself in today’s Gospel:

“Therefore I tell you, whatever you ask in prayer, believe that you receive it, and you will.” 

How could we ever doubt? Whether it is St. Mother Teresa’s flying novena or a prayer from your heart, believe. Believe that God your Father desires to give you what you ask for. Believe in his generosity and faithfulness. 

Pope Francis once said that God never tires of forgiving us, it is we who get tired of asking for forgiveness. I believe that God also never tires of giving to us; it is we who get tired of asking. The next time something weighs heavily on your heart, try a flying novena and don’t forget to include the tenth Memorare in thanksgiving for your answered prayer. 

Remember, O most gracious Virgin Mary, that never was it known that anyone who fled to thy protection, implored thy help, or sought thine intercession was left unaided. Inspired by this confidence, I fly unto thee, O Virgin of virgins, my mother; to thee do I come, before thee I stand, sinful and sorrowful. O Mother of the Word incarnate, despise not my petitions, but in thy mercy hear and answer me. Amen. 

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Sospecho que si Santa Madre Teresa ordenara que se tomara una montaña y se arrojara al mar, la montaña no perdería tiempo en ponerse en marcha. Tal era la fe de esta mujer asombrosa.

Me enteré de su novena volada cuando dirigí un pequeño grupo de mujeres por el libro “Los 33 Días Hacia un Glorioso Amanecer” por el Padre Timothy Gaitley. Parece que esta novena, llamada novena volada porque la Madre Teresa rezaba el Memorare nueve veces seguidas en lugar de nueve días o nueve horas seguidas, era una de las armas más eficaces de su arsenal espiritual. Tan grande fue su fe que después del noveno Memorare lo rezó una décima vez en acción de gracias por la petición atendida. Puedo imaginarla junto a una montaña gigante, rezando los diez Memorares y la montaña levantándose y corriendo hacia el mar.

He experimentado a menudo el poder de la novena volada y la considero la oración que siempre recibe respuesta. He aprendido que es bueno tener esta confianza inquebrantable e infantil en la providencia de Dios. No es presunción, es fe. Nuestro Padre celestial es un Dios generoso que quiere contestar nuestras oraciones. Sólo tenemos que creerlo. Lo escuchamos del mismo Jesús en el Evangelio de hoy:

Cualquier cosa que pidan en la oración, crean ustedes que ya se la han concedido, y la obtendrán.”

¿Cómo podríamos dudar? Ya sea la novena volada de Santa Madre Teresa o una oración de tu corazón, cree. Cree que Dios tu Padre desea darte lo que pides. Cree en su generosidad y fidelidad.

El Papa Francisco dijo una vez que Dios nunca se cansa de perdonarnos, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Yo creo que Dios también nunca se cansa de darnos; somos nosotros los que nos cansamos de preguntar. La próxima vez que algo te pesa mucho en el corazón, intenta una novena volada y no te olvides de incluir el décimo Memorare en acción de gracias por la respuesta a tu oración.

Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que hayan acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti. Animado con esta confianza, a ti también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana. No deseches mis humildes súplicas, oh Madre del Verbo divino, antes bien, escúchalas y acógelas benignamente. Amén.

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Merridith Frediani loves words and is delighted by good sentences. She also loves Lake Michigan, dahlias, the first sip of hot coffee in the morning, millennials, and playing Sheepshead with her husband and three kids. She writes for Catholic Mom, Diocesan.com, and her local Catholic Herald. Her first book Draw Close to Jesus: A Woman’s Guide to Adoration is available at Our Sunday Visitor and Amazon. You can learn more at merridithfrediani.com.

Feature Image Credit: Diego Zamudio, cathopic.com/photo/12806-santa-teresa-de-calcuta

Turn That Frown Upside Down / En Lugar de Poner Mala Cara, Sonreir

Sometimes your tongue just gets away from you, doesn’t it? I know mine does. I just feel the “need” to complain about that one little thing and before I know it, I’m ranting about something else and something else and something else. Once the seed of negativity is sown, it is very hard to uproot it. 

And the funny thing is, many of the things that bother us are really based on assumptions. “I just know when she looked at me that way she was thinking how awful my haircut looked.” “She knows what kind of morning I’ve had, and there she goes getting upset at me and ruining my afternoon too!” “I know that comment was aimed at me. Surely they gossiped about me behind my back and that’s why they said that.” “He wasn’t kidding. He was being passive aggressive.”

Our society has become highly non confrontational. Instead of calling someone, we text them. Instead of having a conversation in person, we chat on social media. Instead of clarifying with someone what we think to be true, but aren’t really sure is true, we create realities in our minds that may or may not even be factual. And then we let our thoughts wander farther and farther until we fall into the pit of anger or despair. 

If only I had the wherewithal in these moments to call on God in His infinite wisdom to muddle through my thoughts and feelings. Our First Reading tells us: “The Most High possesses all knowledge…He makes known the past and the future, and reveals the deepest secrets. No understanding does he lack; no single thing escapes him.”

He knows what that person was looking at, and it wasn’t your hair. It was their concern that you looked sad. He knows that the other person had just as bad a morning as you had and just happened to blow up while you were standing there. He knows that that comment was meant for the good of the team and not at anyone in particular. He knows that that person really was just kidding. 

So instead of allowing negativity to seep in and Debby Downer to overtake our day, maybe we can try to remember to thank God for all His blessings and exclaim together with the Old Testament writer: “How beautiful are all his works!” And then as we ask God for forgiveness from our ungrounded assumptions, may we exclaim with blind Bartimaeus from today’s Gospel, “Jesus, Son of David, have pity on me!”

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A veces la lengua simplemente se nos escapa, ¿no? Sé que el mío sí. Siento la “necesidad” de quejarme de esa pequeña cosa y antes de darme cuenta, estoy hablando mal sobre una cosa y otra cosa y otra cosa. Una vez que se siembra la semilla de la negatividad, es muy difícil arrancarla de raíz.

Y lo curioso es que muchas de las cosas que nos molestan están basadas en suposiciones. “Yo sé que cuando me miró de esa manera, estaba pensando en lo horrible que se veía mi corte de cabello”. “Ella sabe el tipo de mañana que he tenido, ¡y ahí va enojándose conmigo y arruinando mi tarde también!” “Sé que ese comentario estaba dirigido a mí. Seguramente chismearon sobre mí y por eso dijeron eso”. “Ese no estaba bromeando. Estaba siendo pasivo agresivo”.

Nuestra sociedad se ha vuelto altamente no conflictiva. En lugar de llamar a alguien, le enviamos un mensaje de texto. En lugar de tener una conversación en persona, chateamos en las redes sociales. En lugar de aclarar con alguien lo que creemos que sea cierto, pero no estamos realmente seguros de que sea cierto, creamos realidades en nuestras mentes que pueden o no ser factuales. Y luego dejamos que nuestros pensamientos divaguen más y más hasta que caemos en el abismo de la ira o la desesperación.

Si tan solo tuviera los medios en estos momentos para invocar a Dios en su infinita sabiduría para confundir mis pensamientos y sentimientos. Nuestra Primera Lectura nos dice: “[El Altísimo] posee toda la ciencia…; descubre lo pasado, anuncia lo futuro y revela los más recónditos misterios. Ningún pensamiento se le oculta, ninguna cosa se le escapa.”

Él sabe lo que esa persona estaba mirando, y no era tu cabello. Les preocupaba que te vieras triste. Él sabe que la otra persona tuvo una mañana tan mala como la tuya y explotó mientras estabas parado allí. Sabe que ese comentario fue por el bien del equipo y no fue dirigido a nadie en particular. Él sabe que esa persona realmente estaba bromeando.

Entonces, en lugar de permitir que la negatividad nos entre y se apodere de nuestro día, tal vez podamos intentar recordar agradecer a Dios por todas sus bendiciones y exclamar junto con el escritor del Antiguo Testamento: “¡Qué preciosas son las obras del Señor!” Y luego, mientras le pedimos perdón a Dios por nuestras suposiciones sin fundamento, exclamemos con el ciego Bartimeo del Evangelio de hoy: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”

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Feature Image Credit: Senjuti Kundu, unsplash.com/photos/JfolIjRnveY


Tami Urcia grew up in Western Michigan, a middle child in a large Catholic family. She spent early young adulthood as a missionary in Mexico, studying theology and philosophy, then worked and traveled extensively before finishing her Bachelor’s Degree in Western Kentucky. She loves tackling projects, finding fun ways to keep her little ones occupied, quiet conversation with the hubby and finding unique ways to love. She works full time, is a guest blogger on CatholicMom.com and BlessedIsShe.net, and has been doing Spanish translations on the side for over 20 years.

Mary and Elizabeth / María e Isabel

We read in today’s Scripture, “Blessed are you who believed that the Lord would fulfill what was spoken to you.” The Blessed Mother responded to the invitation by God to be the Mother of God, the Second Person in the Trinity, Jesus. After the Annunciation made by the Angel, who had told her that her cousin was pregnant, Mary made haste to visit Elizabeth in the hill country of Judah.

The Church celebrates this beautiful moment in the life of Christ as the mother of God visits Elizabeth. This event has been a meditation for the whole Church as the second Joyful mystery of the rosary known as the Visitation. Elizabeth was older and thought to be past child-bearing years. She suffered from many years of infertility and longing to have a child.  While Mary, a young virgin in the prime of her life, was selected to be the Mother of God. We can only imagine how Mary’s beauty and grace would be remarkable. Despite their age difference and the circumstances that revolved around these pregnancies, they trusted in the Lord and rejoiced over their children. They shared a unique role in Salvation History. St. John the Baptist would be the for-runner for Christ. Filled with the Holy Spirit, he lept from inside his mother’s womb, and pointed to the significance of Jesus. I can hear the laughter and joy as this child proclaimed God’s glory long before many knew that Mary was with child. 

This Scripture is an essential message to us in modern times, as unborn children are not always cherished, loved, and even seen as people. Even though they are persons, they are not protected from death through abortion. We can appreciate the significance and beauty of God’s plan being revealed through unborn children. God revealed His plan for our salvation, in many ways, from the conception of Christ and throughout His entire time on earth. Our journey also includes our time in our mother’s womb until our natural end of life in God’s timing.

Mary is the new Eve, for she was not spoiled by Original Sin but instead preserved to be the Mother of God. She shows us her humble, loving and serving heart through her desire to proclaim the wonders of God in all moments. May we allow the Blessed Mother’s gentleness and kindness to be our godly example throughout our day. How can we invite the Blessed Mother into our life in a new way so that we can encounter her love? By simply dedicating our hearts to her Immaculate Heart, and asking for her guidance and intercession. The Blessed Mother wants to bring her son to our hearts, homes, and our own “hill country.” 

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Leemos en la Escritura de hoy: “Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. La Santísima Madre respondió a la invitación de Dios de ser la Madre de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, Jesús. Después de la Anunciación hecha por el Ángel, quien le había dicho que su prima estaba embarazada, María se apresuró a visitar a Isabel en la región montañosa de Judá.

La Iglesia celebra este hermoso momento en la vida de Cristo cuando la madre de Dios visita a Isabel. Este evento ha sido una meditación para toda la Iglesia como el segundo misterio gozoso del rosario conocido como la Visitación. Isabel era mayor y se pensaba que ya había pasado la edad de procrear. Sufrió muchos años de infertilidad y ansias de tener un hijo. Mientras que María, una joven virgen en la flor de su vida, fue seleccionada para ser la Madre de Dios. Solo podemos imaginar cómo la belleza y la gracia de María serían notables. A pesar de la diferencia de edad y las circunstancias que rodearon estos embarazos, confiaron en el Señor y se regocijaron por sus hijos. Compartieron un papel único en la Historia de la Salvación. San Juan Bautista sería el precursor de Cristo. Lleno del Espíritu Santo, saltó desde el interior del vientre de su madre y señaló el significado de Jesús. Puedo escuchar la risa y la alegría cuando este niño proclamó la gloria de Dios mucho antes de que muchos supieran que María estaba embarazada.

Esta Escritura es un mensaje esencial para nosotros en los tiempos modernos, ya que los niños no nacidos no siempre son apreciados, amados e incluso vistos como personas. Aunque son personas, no están protegidas de la muerte del aborto. Podemos apreciar el significado y la belleza del plan de Dios que se revela a través de los niños no nacidos. Dios reveló Su plan para nuestra salvación, de muchas maneras, desde la concepción de Cristo y durante todo Su tiempo en la tierra. Nuestro camino también incluye nuestro tiempo en el vientre de nuestra madre hasta el fin natural de nuestra vida, cuando Dios nos llama.

María es la nueva Eva, porque no fue estropeada por el Pecado Original sino preservada para ser la Madre de Dios. Ella nos muestra su corazón humilde, amoroso y servicial a través de su deseo de proclamar las maravillas de Dios en todo momento. Permitamos que la dulzura y la bondad de la Santísima Madre sean nuestro ejemplo piadoso a lo largo de nuestro día. ¿Cómo podemos invitar a la Santísima Madre a nuestra vida de una manera nueva para que podamos encontrar su amor? Simplemente dedicando nuestros corazones a su Inmaculado Corazón, y pidiendo su guía e intercesión. La Santísima Madre quiere traer a su hijo a nuestros corazones, hogares y nuestro propio “país montañoso”.

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Emily Jaminet is a Catholic author, speaker, radio personality, wife, and mother of seven children. She earned a bachelor’s degree in mental health and human services from the Franciscan University of Steubenville.  She is the co-founder of www.inspirethefaith.com and the Executive Director of The Sacred Heart Enthronement Network www.WelcomeHisHeart.com. She has co-authored several Catholic books and her next one, Secrets of the Sacred Heart: Claiming Jesus’ Twelve Promises in Your Life, comes out in Oct. 2020. Emily serves on the board of the Columbus Catholic Women’s Conference, contributes to Relevant Radio and Catholic Mom.com.

Feature Image Credit: Carlos Daniel, cathopic.com/photo/15609-la-visitacion

Oriented to God in a Disoriented World / Orientado Hacia Dios en Este Mundo Desorientado

Our society is constantly pushing for each individual to define happiness, love, and success for themselves, often without regard for the effect on their neighbor. What we find at the extreme of this thinking is a society based on tolerating our differences with one another, without ever finding our common ground. We have lost a shared set of values which defines the common good. We have lost the very Catholic way of thinking which embraces “both-and”. We can work together for the common good and value the basic dignity of every individual as created by God. 

Today’s reading can help us reorient ourselves by embracing something above and beyond ourselves, something immutable and all powerful. Something which isn’t swayed by time and passing fashion. 

God’s law is written deeply inside each and every one of us. God’s law gives us a shared definition of happiness, love, success, all while still caring for the dignity of each person. When we live in accordance with His law of love, we are paying God an oblation of the highest sort. We are offering our will as secondary to His divine will. 

When we do this, when we offer the difficult in the moment for the good in the eternal, we are giving such a little bit of ourselves. What God promises us is so much more! 

“Amen, I say to you, there is no one who has given up house or brothers or sisters or mother or father or children or lands for my sake and for the sake of the Gospel who will not receive a hundred times more now in this present age: houses and brothers and sisters and mothers and children and lands, with persecutions, and eternal life in the age to come.” We don’t live for this world, we live for the next. 

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Nuestra sociedad presiona constantemente para que cada individuo defina la felicidad, el amor y el éxito por sí mismo, a menudo sin tener en cuenta el efecto en su prójimo. Lo que encontramos en el extremo de este pensamiento es una sociedad basada en tolerar nuestras diferencias entre nosotros, sin encontrar nunca nuestro terreno común. Hemos perdido un conjunto compartido de valores que define el bien común. Hemos perdido la forma muy católica de pensar que abraza el “ambos-y”. Podemos trabajar juntos por el bien común y valorar la dignidad básica de cada individuo como creado por Dios.

La lectura de hoy puede ayudarnos a reorientarnos al aceptar algo que está por encima y más allá de nosotros mismos, algo inmutable y todopoderoso. Algo que no se deja influir por el tiempo y las modas pasajeras.

La ley de Dios está escrita profundamente dentro de todos y cada uno de nosotros. La ley de Dios nos da una definición compartida de felicidad, amor, éxito, todo sin dejar de cuidar la dignidad de cada persona. Cuando vivimos de acuerdo con Su ley de amor, le estamos dando a Dios una oblación del más alto nivel. Estamos ofreciendo nuestra voluntad como secundaria a Su voluntad divina.

Cuando hacemos esto, cuando ofrecemos lo difícil en el momento por el bien en lo eterno, estamos dando un poco de nosotros mismos. ¡Lo que Dios nos promete es mucho más!

“Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres e hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna.” No vivimos para este mundo, vivimos para la vida eterna.

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Sheryl is happy to be the number 1 cheerleader and supporter for her husband, Tom who is a candidate for the Permanent Diaconate in the Diocese of Kalamazoo. They are so grateful for the opportunity to grow together in this process. Sheryl’s day job is serving her community as the principal for St. Therese Catholic School in Wayland, Michigan. Since every time she thinks she gets life all figured out, she realizes just how far she has to go, St. Rita of Cascia is her go-to Saint for intercession and help. Home includes Carlyn, a very, very goofy Golden Retriever and Lucy, our not-so-little rescue puppy. 

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His Friends / Sus Amigos

Godspell, the musical from 1973, is an assault to one’s eyes with its rainbow-haired Jesus and 70’s nonconformist vibe. It marries two different ways of looking at the world: the love anyone, anytime, anywhere hippie milieu with the story of our eternal salvation through Christ’s sacrifice. It feels uncomfortable, like strange bedfellows, a relationship that shouldn’t work. Yet, it does, primarily because it mines its material directly from the Gospel of Matthew. Even though the hippie culture has gone away and our eyes can rest, the Gospel story never gets old or dated. 

I was introduced to this play when my high school performed it and it had a profound effect on me for one reason (not the earworm songs the cast breaks into unexpectedly). It was the first time I’d considered that the apostles were people. 

Catholic education in the 70’s and 80’s lacked a lot, including introducing children to the person of Jesus. What I was startled to realize while watching the second to last scene where Jesus dies, was that the apostles were people and their friend died. The idea that a friend can die was unknown to me at the time. 

As I watched kids I was friends with play out the scene, I started to get it. Their friend died. Died. They didn’t know what we know, that in three days he’d be back. Death is final and the man they’d spent three years with was gone. 

It wasn’t until many years later that I began to know Jesus as a person and a friend. Then his crucifixion became more than the death of their friend but of mine also. When I read today’s Gospel and picture Mary and John at the foot of the cross it becomes more real and somehow more important to imagine myself there with them because even though he died over 2000 years ago, it wasn’t just for them. It wasn’t just because of the sins of the people then. It was for me and because of my sin.

Imagining ourselves there is important because it helps us keep this event from becoming routine. When it’s just another story about a good guy a long time ago, we lose the significance. Every year we must take the time and emotional effort to put ourselves there and remember he died for us and give him thanks and glory. We are not in a musical, we are in life and this is important. 

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Godspell, el musical de 1973, es un asalto a los ojos con su Jesús de cabello arcoíris y la vibra inconformista de los años 70. Une dos formas diferentes de ver el mundo: el amor a cualquier persona, en cualquier momento y en cualquier lugar del medio hippie con la historia de nuestra salvación eterna a través del sacrificio de Cristo. Se siente incómodo, como extraños compañeros de cama, una relación que no debería funcionar. Sin embargo, lo hace, principalmente porque extrae su material directamente del Evangelio de Mateo. Aunque la cultura hippie se ha ido y nuestros ojos pueden descansar, la historia del Evangelio nunca pasa de moda ni se hace anticuada.

Conocí esta obra cuando mi escuela secundaria la interpretó y me afectó profundamente por una sola razón (no las canciones que los actores cantan en los momentos más inesperados); era la primera vez que consideraba que los apóstoles eran personas.

A la educación católica de los años 70 y 80 le faltaba mucho, incluso acercar a los niños a la persona de Jesús. Lo que me sorprendió al ver la penúltima escena donde Jesús muere, fue que los apóstoles eran personas y su amigo murió. La idea de que un amigo puede morir me era desconocida en ese momento.

Mientras observaba a mis amigos representar la escena, comencé a entenderlo. Su amigo se murió. Se murió. No sabían lo que nosotros sabemos, que en tres días estaría vivo de nuevo. La muerte es definitiva y el hombre con el que habían pasado tres años se había ido.

Muchos años después recién comencé a conocer a Jesús como persona y como Amigo. Entonces su crucifixión se convirtió en más que la muerte de su amigo, sino también en el mío. Cuando leo el Evangelio de hoy y me imagino a María y Juan al pie de la cruz, se vuelve más real y, de alguna manera, más importante imaginarme allí con ellos porque, aunque él murió hace más de 2000 años, no fue solo por ellos. No fue solo por los pecados de la gente de aquel tiempo. Fue por mí y por mi pecado.

Imaginarnos en la escena es importante porque nos ayuda a que este evento no se vuelva rutinario. Cuando es solo otra historia sobre un buen tipo hace mucho tiempo, perdemos el significado. Cada año debemos tomarnos el tiempo y el esfuerzo emocional para ponernos en la escena y recordar que se murió por nosotros y darle las gracias y la gloria. No somos actores en un musical, estamos viviendo la vida real y esto es importante.

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Merridith Frediani loves words and is delighted by good sentences. She also loves Lake Michigan, dahlias, the first sip of hot coffee in the morning, millennials, and playing Sheepshead with her husband and three kids. She writes for Catholic Mom, Diocesan.com, and her local Catholic Herald. Her first book Draw Close to Jesus: A Woman’s Guide to Adoration is available at Our Sunday Visitor and Amazon. You can learn more at merridithfrediani.com.

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There, But for the Grace of God, Go I / Por la Gracias de Dios, Allí Voy

“Christ Jesus came into the world to save sinners. Of these I am the foremost. But for that reason I was mercifully treated, so that in me, as the foremost, Christ Jesus might display all his patience as an example for those who would come to believe in him for everlasting life” (1 Tim. 1:15–16). St. Paul was a murderer of Christians. But was he really “the foremost” of sinners? What could he have done to deserve that title?

Paul is likely using hyperbole here, but it isn’t without meaning. Maybe he wasn’t, technically speaking, the worst of sinners. But he ruthlessly betrayed Christ, and knew well what his life, and afterlife, could have been like had he not been knocked to the ground and blinded by Jesus. St. Paul was able to look at sinners and say what many saints have said: “There, but for the grace of God, go I.” Although he may not have been the greatest of sinners, St. Paul knew the evil that dwells in the human heart.

This evil is something that we all struggle with, at the very least in concupiscence, the inclination to sin resulting from the sin of our first parents. Concupiscence is not in itself a sin, but it is a bitter struggle: “For I do not do the good I want, but the evil I do not want. . . . When I want to do right, evil is at hand. For I take delight in the law of God, in my inner self, but I see in my members another principle at war with the law of my mind, taking me captive to the law of sin that dwells in my members” (Rom. 7:19, 21–23).

Paul, familiar with concupiscence, has experienced the desire to do terrible things, and the actual commission of those things, despite a truly noble aspiration to do the good. He knows in his core that had it not been for Jesus Christ’s direct intervention, he would not have been able to be the holy man that he was. For this reason, he gives thanks “to the king of ages, incorruptible, invisible, the only God, honor and glory forever and ever” (1 Tim. 1:17).

When we face the depths to which we can sink as Paul did, we begin to see that we are not all that different from even the most notorious of sinners. It is the grace of God and our cooperation with it that divide us. Without the Lord, we are “like a person who built a house on the ground without a foundation. . . . It collapsed at once and was completely destroyed” (Luke 6:49). But with God’s grace, we are like the good tree that bears good fruit, and the house on a firm foundation. Calling to mind this completely undeserved gift, we have reason to echo the praise of St. Paul and the praise of the psalmist: “Blessed be the name of the Lord. . . . Who is like the Lord, our God, and looks upon the heavens and the earth below? He raises up the lowly from the dust; from the dunghill he lifts up the poor” (Ps. 113:2, 5–7).

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“Cristo Jesús vino a este mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero Cristo Jesús me perdonó, para que fuera yo el primero en quien él manifestara toda su generosidad y sirviera yo de ejemplo a los que habrían de creer en él, para obtener la vida eterna.” (1 Tm 1,15–16). San Pablo fue un asesino de cristianos. Pero, ¿era realmente “el primero” de los pecadores? ¿Qué pudo haber hecho para merecer ese título?

Es probable que Pablo esté usando una hipérbole aquí, pero no sin sentido. Tal vez no era, técnicamente hablando, el peor de los pecadores. Pero él traicionó a Cristo sin piedad, y sabía muy bien cómo podría haber sido su vida, y la vida después de la muerte, si Jesús no lo hubiera derribado y cegado. San Pablo pudo mirar a los pecadores y decir lo que muchos santos han dicho: “Por la gracias de Dios, allí voy”. Aunque puede que no haya sido el mayor de los pecadores, San Pablo conocía el mal que habita en el corazón humano.

Este mal es algo con lo que todos luchamos, al menos en la concupiscencia, la inclinación al pecado resultante del pecado de nuestros primeros padres. La concupiscencia no es en sí un pecado, pero es una lucha amarga: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. . . . Cuando quiero hacer el bien, el mal está a la mano. Porque me deleito en la ley de Dios en mi interior, pero veo en mis miembros otro principio que está en guerra con la ley de mi mente, llevándome cautivo a la ley del pecado que mora en mis miembros” (Rom 7, 19, 21–23).

Pablo, familiarizado con la concupiscencia, ha experimentado el deseo de hacer cosas terribles, y la comisión real de esas cosas, a pesar de una aspiración verdaderamente noble de hacer el bien. Él sabe en su interior que si no hubiera sido por la intervención directa de Jesucristo, no habría podido ser el hombre santo que fue. Por eso da gracias “al rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos” (1 Tm 1, 17).

Cuando enfrentamos las profundidades a las que podemos hundirnos como lo hizo Pablo, comenzamos a ver que no somos tan diferentes incluso de los pecadores más notorios. Es la gracia de Dios y nuestra cooperación con ella lo que nos divide. Sin el Señor, nos parecemos “a un hombre que construyó su casa a flor de tierra, sin cimientos. Chocó el río contra ella e inmediatamente la derribó y quedó completamente destruida”. (Lucas 6,49). Pero con la gracia de Dios, somos como el buen árbol que da buenos frutos, y la casa sobre cimientos firmes. Recordando este don completamente inmerecido, tenemos razón para hacernos eco de la alabanza de San Pablo y la alabanza del salmista: “Bendito sea el Señor ahora y para siempre. . . . ¿Quién iguala al Dios nuestro, que tiene en las alturas su morada, y sin embargo de esto, bajar se digna su mirada para ver tierra y cielo? El levanta del polvo al desvalido y saca al indigente del estiércol,” (Sal. 113, 2, 5–7).

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David Dashiell is a freelance author and editor in Nashville, Tennessee. He has a master’s degree in theology from Franciscan University, and is the editor of the anthology Ever Ancient, Ever New: Why Younger Generations Are Embracing Traditional Catholicism.

Feature Image Credit: loren, cathopic.com/photo/1398-nothing-is-possible-without-the-sun

True Greatness / La Verdadera Grandeza

If you wish to be first in the kingdom, the realm of God, you must be last. To be the greatest in the kingdom, you must think of yourself as the least; humility is the key to unlocking heaven’s treasures. Humility is not thinking less of ourselves but, as C.S. Lewis once wrote, it is thinking of ourselves less often. It recognizes that our littleness with God is not devaluing or belittling ourselves but surrendering to the One who is truly the greatest in the kingdom. 

You are wonderfully and fearfully made; rejoice in who you are and all you have accomplished. To do great things for God does not mean to attain fame for your actions or to climb giant mountains. It simply means seeking and doing His will the best you can and at the same time, maintaining a meek and humble heart and purity of intention. 

To receive a child in Jesus’ name means showing compassion to the vulnerable, weak, poor, lonely, widowed, sick—anyone dependent on others for assistance or their very existence. These are the beloved children of God who we are to receive in the name of the Lord. Jesus clearly illustrates the blessing for those who do in today’s Gospel, “Whoever receives one child such as this in my name, receives me; and whoever receives me, receives not me but the One who sent me.”

Humility, this essential element for entering the kingdom, also includes recognizing how we are the child, the one who needs to approach God in awe and trembling, not from terror but astonishment in His majesty. Sirach reveals the many blessings that await those “who fear the LORD, love him, and your hearts will be enlightened. Study the generations long past and understand; has anyone hoped in the LORD and been disappointed?” For the record, the answer is no.

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Si deseas ser el primero en el reino, el reino de Dios, debes ser el último. Para ser el más grande en el reino, debes pensar en ti mismo como el más pequeño; la humildad es la clave para abrir los tesoros del cielo. La humildad no es pensarnos menos de lo que somos sino, como escribió una vez C.S. Lewis, es pensar menos en nosotros mismos. Reconoce que nuestra pequeñez con Dios no es desvalorizarnos o empequeñecernos sino rendirnos a Aquel que es verdaderamente el más grande en el reino.

Estás hecho maravillosa y terriblemente; regocíjate en quién eres y todo lo que has logrado. Hacer grandes cosas para Dios no significa alcanzar fama por tus acciones o escalar montañas gigantes. Simplemente significa buscar y hacer Su voluntad lo mejor que puedas y al mismo tiempo, mantener un corazón manso y humilde y pureza de intención.

Recibir a un niño en el nombre de Jesús significa mostrar compasión por los vulnerables, los débiles, los pobres, los solitarios, los viudos, los enfermos, cualquiera que dependa de otros para su asistencia o para su propia existencia. Estos son los hijos amados de Dios que debemos recibir en el nombre del Señor. Jesús ilustra claramente la bendición para aquellos que lo hacen en el Evangelio de hoy: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”.

La humildad, ese elemento esencial para entrar en el reino, incluye también reconocer cómo somos el niño, el que necesita acercarse a Dios con asombro y temblor, no de terror sino de asombro en su majestad. Eclesiástico revela las muchas bendiciones que les esperan a aquellos “que temen al Señor, esperen sus beneficios, su misericordia y la felicidad eterna. Miren a sus antepasados y comprenderán. ¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado?” Por si acaso, la respuesta es ‘nadie’.

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Allison Gingras ( www.ReconciledToYou.com ) — Shares her love of the Catholic Faith with stories, laughter, and honesty as experienced in the ordinary of life! Her writing includes Encountering Signs of Faith (Ave Maria Press) and the Stay Connected Journals for Women (OSV). Allison is a Catholic Digital Media Specialist for Family Rosary, Catholic Mom, and the Fall River Diocese. She hosts A Seeking Heart podcast and is co-host of the Catholic Momcast podcast.

Feature Image Credit: JillWellington, pixabay.com/photos/little-girl-wildflowers-meadow-2516578/

The views and opinions expressed in the Inspiration Daily blog are solely those of the original authors and contributors. These views and opinions do not necessarily represent those of Diocesan, the Diocesan staff, or other contributors to this blog.

We of Little Faith / Gente Incrédula

Today, we get to see a great display of our Lord’s emotion. Jesus is exasperated at the crowd: “O faithless generation, how long will I be with you? How long will I endure you?” (Mark 9:19). “ ‘But if you can do anything, have compassion on us and help us.’ . . . ‘If you can! Everything is possible to one who has faith’ ” (Mark 9:22–23). Jesus is so frustrated that the father of the possessed child goes on the defensive and pleads, “I do believe, help my unbelief!” (Mark 9:24).

We ought to take note of the reason for Jesus’ exasperation, especially coming up on Lent: everyone around Him lacks faith. On the disciples’ part, who were asked to cast out the unclean spirit before Jesus was, it seems that they relied too much on their own strength: “This kind can only come out through prayer ” (Mark 9:29). We should note that other translations of this verse have “prayer and fasting,” important for our coming time in the desert.

The disciples may have believed in the power of Jesus, but they did not rely on it enough to pray and fast. Prayer shows a connection with and dependence on God, and fasting shows a denial of self in preference to God and His providence, which provides for us even when we are deprived of certain goods. The example of the disciples shows us that it is not enough to have faith in God’s power; we must make it practical, conversing with God as if everything truly did depend on Him and disciplining our bodies and souls so that we can better hear Him.

On the crowd’s part, it seems that they had enough faith to seek help from the disciples and from Jesus, but not enough to actually believe that the request would bear any fruit. They thought that He might be able to do something to help them, but did not firmly believe that He could. Nothing else is working; maybe we should ask this Jesus fellow for help. Worth noting is that the act of seeking Christ is not necessarily enough faith for Him to act; the crowds and the father of the boy did this, but they were rebuked. Their faith had to grow even more. Chances are that our faith might not be sufficient yet either.

The father of the boy grows in faith in the process of speaking to Jesus, opening the door just enough for His powerful grace. At first, he says “If you can,” but after Jesus’ rebuke he proclaims his belief and asks for an increase in faith. Even if we do not start out with firm confidence in God’s power and providence, we can still reach that point with God’s help. We need only to seek Him out and ask for the grace to believe with more and more confidence.

As we embark on our Lenten penance, we should take note of the greatness of God and the poverty of ourselves, resolving to pray and fast with firm faith in His assistance.

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Hoy podemos ver una gran muestra de la emoción de nuestro Señor. Jesús está exasperado por la multitud: “¡Gente incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos?” (Marcos 9:19). “‘Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos’.. . . ‘¿Qué quiere decir eso de si puedes? Todo es posible para el que tiene fe’”…  (Marcos 9:22–23). Jesús está tan frustrado que el padre del niño poseído se pone a la defensiva y suplica: “Creo, Señor; pero dame tú la fe que me falta” (Marcos 9:24).

Debemos tomar nota del motivo de la exasperación de Jesús, especialmente al acercarse la Cuaresma: todos a su alrededor carecen de fe. Por parte de los discípulos, a quienes se les pidió que expulsaran el espíritu inmundo antes que Jesús, parece que confiaron demasiado en sus propias fuerzas: “Esta clase de demonios no sale sino a fuerza de oración y de ayuno” (Mc 9,29). 

Los discípulos pueden haber creído en el poder de Jesús, pero no confiaron en él lo suficiente para orar y ayunar. La oración muestra una conexión y dependencia de Dios, y el ayuno muestra una negación de uno mismo en preferencia a Dios y su providencia, que nos provee incluso cuando estamos privados de ciertos bienes. El ejemplo de los discípulos nos muestra que no basta tener fe en el poder de Dios; debemos hacerlo práctico, conversando con Dios como si todo realmente dependiera de Él y disciplinando nuestros cuerpos y almas para que podamos escucharlo mejor.

Por parte de la multitud, parece que tenían suficiente fe para buscar ayuda de los discípulos y de Jesús, pero no lo suficiente como para creer que la solicitud daría algún fruto. Pensaron que Él podría hacer algo para ayudarlos, pero no creían firmemente que pudiera hacerlo. Como nada más está funcionando; tal vez deberíamos pedirle ayuda a este Jesús. Vale la pena señalar que el acto de buscar a Cristo no necesariamente contiene la fe suficiente para que Él actúe; las multitudes y el padre del niño hicieron esto, pero fueron reprendidos. Su fe tuvo que crecer aún más. Lo más probable es que nuestra fe tampoco sea suficiente todavía.

El padre del niño crece en la fe en el proceso de hablar con Jesús, abriendo la puerta de su corazón lo suficiente para su poderosa gracia. Al principio, dice “si puedes”, pero después de la reprensión de Jesús, proclama su creencia y pide un aumento de fe. Incluso si no comenzamos con una firme confianza en el poder y la providencia de Dios, aún podemos llegar a ese punto con la ayuda de Dios. Solo tenemos que buscarlo y pedirle la gracia de creer con más y más confianza.

Al embarcarnos en nuestra penitencia cuaresmal, debemos tomar nota de la grandeza de Dios y la pobreza de nosotros mismos, haciendo el propósito de orar y ayunar con fe firme en su asistencia.

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David Dashiell is a freelance author and editor in Nashville, Tennessee. He has a master’s degree in theology from Franciscan University, and is the editor of the anthology Ever Ancient, Ever New: Why Younger Generations Are Embracing Traditional Catholicism.

Feature Image Credit: Yandry Fernández Perdomo, cathopic.com/photo/10445-jovenes-unidos-en-oracion

Be Holy, as God is Holy / Ser Santos, Como Dios es Santo

When my son was a teenager, he had a sweatshirt that said, “Get holy or die tryin.'” On the back of the sweatshirt, it listed over 40 people, from St. Paul to St. Joan of Arc to Blessed Miguel Pro, all of whom died as a result of their efforts to live holy lives. 

In today’s First Reading, God commands Moses to speak to the Israelite people on His behalf,  “Be holy, for I, the LORD, your God, am holy.” In the Gospel reading for today, Jesus Himself says, “…be perfect, just as your heavenly Father is perfect.” This one concept summarizes who God is and what He invites us to be. As Catholics, we are called to spend our lives striving to be more like God until our earthly life ends, and when we have been made perfectly holy, to share in His divine life forever.

It all starts here, now, today. A life of holiness is not only meant for nuns and monks in the cloister. St. Therese of Lisieux said, “Perfection consists in doing His will, in being what He wills us to be.” Whatever state of life we are called to, whatever vocation, that is the vocation which will lead to our sanctification if we cooperate with God’s grace day-by-day.

Certainly, holiness involves an active prayer life and sacramental life, but it also means growth in virtue. The Catechism tells us that virtue is a habitual and firm disposition to do good. Love, prudence, justice, fortitude, self-control, humility, patience…there are so many beautiful virtues. 

Like muscles, virtues are strengthened when they are put to use. It is all too easy to be a couch potato when it comes to our spiritual lives—we just sort of lounge around assuming growth in virtue will happen naturally. We fail to make a plan to exercise virtue, much less put that plan into practice. 

If we want to be holy, we must make a real effort. A daily examination of conscience will help us identify the ways in which we sin. Then we can practice with energy and determination, the corresponding virtues, so that we eventually stop committing those habitual sins.  Are we overly concerned about our own enjoyment? Spending a few hours helping an elderly neighbor will make us more generous. Are we embarrassed to be identified as Christian? Leading grace at a family get-together will strengthen us to be more courageous. Are we preoccupied about receiving praise from others? Choosing to assist a co-worker without looking for accolades will help us become less vain.

Blessed Henry Suso, echoing the sentiments of today’s Mass readings, said, “God has not called his servants to a mediocre, ordinary life, but rather to the perfection of a sublime holiness.” A life of virtue, which we see in the lives of the Saints, will not only bring love and healing to a broken world, but will ultimately lead to our own happiness. “With God’s help, [virtues] forge character and give facility in the practice of the good. The virtuous man is happy to practice them” (CCC 1810).

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Cuando mi hijo era adolescente, tenía una sudadera que decía: “Sé santo o muérete intentándolo”. En la parte posterior de la sudadera, figuraba una lista de más de 40 personas como San Pablo, Santa Juana de Arco y el Beato Miguel Pro, quienes se murieron como resultado de sus esfuerzos por vivir vidas santas.

En la Primera Lectura de hoy, Dios ordena a Moisés que hable al pueblo de Israel en su nombre: “Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo”. Luego en el Evangelio de hoy, Jesús mismo dice: “Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”. Este concepto resume quién es Dios y lo que Él nos invita a ser. Como católicos, estamos llamados a pasar nuestras vidas esforzándonos por ser más como Dios hasta que termine nuestra vida terrenal, y cuando seamos perfectamente santos, a compartir su vida divina para siempre.

Todo comienza aquí, ahora, hoy. Una vida de santidad no es solo para monjas y monjes en el claustro. Santa Teresa de Lisieux dijo: “La perfección consiste en hacer Su voluntad, en ser lo que Él quiere que seamos”. Sea cual sea el estado de vida al que seamos llamados, sea cual sea la vocación, esa es la vocación que llevará a nuestra santificación si cooperamos con la gracia de Dios todos los días.

Ciertamente, la santidad implica una vida de oración activa y una vida sacramental, pero también significa crecer en la virtud. El Catecismo nos dice que la virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien. El amor, la prudencia, la justicia, la fortaleza, el autodominio, la humildad, la paciencia… hoy tantas virtudes tan hermosas.

Al igual que los músculos, las virtudes se fortalecen utilizándolas. Es muy fácil ser flojos cuando se trata de nuestra vida espiritual: estamos allí echados, tomando por hecho que el crecimiento en la virtud ocurra naturalmente. No hacemos un plan para ejercer la virtud, y mucho menos lo ponemos en práctica.

Si queremos ser santos, debemos hacer un esfuerzo verdadero. Un examen de conciencia diario nos ayuda identificar como solemos pecar. Luego podemos practicar las virtudes correspondientes con energía y determinación, para que eventualmente dejemos de cometer esos pecados habituales. ¿Estamos demasiado preocupados por el placer? Dedicar unas horas a ayudar a un vecino anciano nos hará más generosos. ¿Nos da vergüenza que nos identifiquen como cristianos? Rezar antes de comer en una reunión familiar nos fortalecerá para ser más valientes. ¿Estamos preocupados por recibir elogios? Elegir ayudar a un compañero de trabajo sin buscar elogios nos ayudará a ser menos vanidosos.

El Beato Enrique Suso, haciéndose eco de los sentimientos de las lecturas de la Misa de hoy, dijo: “Dios no ha llamado a sus siervos a una vida mediocre y ordinaria, sino a la perfección de una santidad sublime”. Una vida de virtud, que vemos en la vida de los santos, no solo traerá amor y sanación a un mundo quebrantado, sino que finalmente conducirá a nuestra propia felicidad. “Con la ayuda de Dios [las virtudes] forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas.” (CIC 1810). 

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Christine Hanus currently lives in Upstate, NY. Though she enjoys writing and her work as a catechist, Christine is primarily a wife, mother, and more recently, grandmother!

Feature Image Credit: Stephanie LeBlanc, unsplash.com/photos/z4LXu7NiII4