In the seventh grade, I did my first large paper on the weather. To this day I can recall how to forecast the weather from simple observation. Before the days when we could switch on the morning news to find out the weather or check a weather app, our ancestors used their senses. For example, the leaves of maple and oak trees react to the sudden increase in humidity prior to heavy rain and often turn upward. When the wind is switching back and forth, leading clouds to move in different directions across the sky, we can be sure that weather changes are on the way.
Of course, we all know the rhyme: “Red sky at night, sailor’s delight. Red sky in morning, sailor’s take warning.”
Despite the fact that we often bemoan how inaccurate the weather reports can be, we still check the weather regularly and make our decisions about travel and clothing accordingly.
In today’s Gospel, Jesus spoke some direct and challenging words to the crowds. “You know how to interpret the appearance of the earth and the sky, why do you not know how to interpret the present time?”
Was Jesus trying to shake up the crowd so they would learn more and think about things more clearly? Even though I remember some of that science paper from seventh grade, I am famous for going out ill prepared for the weather. I forget to bring an umbrella. I put on a sweater instead of a coat. You get the idea. Is this because I don’t have any idea how to look out the window, check an app, or find the 10-day weather forecast online? I know how to do all these things. I’m just lazy and don’t really care that much about the effects of the weather on my plans.
Jesus, in the same way, didn’t diagnose the crowds as not understanding what was happening “in the present time.” It’s not that the people couldn’t figure out that Jesus was the Messiah, that all the prophecies pointed to him, that he spoke with an authority that even the religious leaders didn’t have. Instead, Jesus called them “hypocrites.” We call someone a hypocrite who knows what is right or true but lives in denial of what they know to be right and true. Jesus was saying to them that just as they could interpret the signs of the earth and sky and forecast the weather, they did understand that he had come from God (so much so that the leaders determined very quickly they needed to kill him). They understood, but they were not willing to acknowledge and to accept he had been sent by God. To accept Jesus as the Messiah, to sit at his feet as Mary, to follow him closely as the Twelve, to be personally transformed by his parables and teachings and invitations to conversion like Zacchaeus would change them forever. This they could not accept.
There is certainly not much damage from walking in the rain without an umbrella or getting chilly because I didn’t check out how cold it really was outside. More serious, however, is not living what I know, acting on what I believe, choosing what has been chosen by God for me. The rest of this Gospel reading clearly lays out the risk of hypocrisy, of being too lazy to care about living the Gospel, of being too absorbed with the things of this earth that the Lord takes second place in our interests and in our love.
I don’t believe Jesus spoke these words to the crowd with harshness or anger. The heart of the Master was too great, his love for them and for us was a love that led him eventually to the cross for our salvation. I hear in his words a determined effort to make them see what is right before their eyes. How many times Jesus has to shake us up, remind us of what we know, and then prod us forward to accept what he is revealing to us that we might allow our lives to be changed.
Jesus, I commit my entire self to you, every moment of my life, every breath, every thought, every desire, every word, every action. Break through my ignorance, my blindness, my unwillingness. Attract me so strongly to yourself that in a short time I will find myself renewed, created anew, transformed in surprising ways. Amen.
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En séptimo grado, hice mi primer ensayo largo sobre el clima. Hasta el día de hoy puedo recordar cómo pronosticar el clima a partir de la simple observación. Antes de los días en que podíamos ver las noticias de la mañana para averiguar el clima o consultar un app meteorológica, nuestros antepasados utilizaban sus sentidos. Por ejemplo, las hojas de los arces y los robles reaccionan al aumento repentino de la humedad antes de las fuertes lluvias y, a menudo, se vuelven hacia arriba. Cuando el viento cambia de un lado a otro, haciendo que las nubes se muevan en diferentes direcciones a través del cielo, podemos estar seguros de que los cambios climáticos están en camino.
Por supuesto, todos conocemos la rima: “Cielo rojo en la noche, alegría del marinero. Cielo rojo por la mañana, advertencia para el marinero”.
A pesar de que a menudo nos lamentamos de lo inexactos que pueden ser los informes meteorológicos, seguimos comprobando el tiempo con regularidad y tomamos nuestras decisiones sobre viajes y ropa en consecuencia.
En el Evangelio de hoy, Jesús pronunció algunas palabras directas y desafiantes a la multitud. “Si saben interpretar el aspecto que tienen el cielo y la tierra, ¿por qué no interpretan entonces los signos del tiempo presente?”
¿Estaba Jesús tratando de agitar a la multitud para que aprendieran más y pensaran las cosas con más claridad? Aunque recuerdo algo de ese trabajo de ciencia de séptimo grado, con freceuncia salgo mal preparado para el clima. Me olvido traer un paraguas. Me pongo un suéter en lugar de un abrigo. Entiendes la idea. ¿Se debe a que no tengo idea cómo mirar por la ventana, consultar un app o encontrar el pronóstico del tiempo de 10 días en línea? Sé cómo hacer todas estas cosas. Soy floja y realmente no me importan mucho los efectos del clima en mis planes.
Jesús, de la misma manera, no diagnosticó que las multitudes no entendieran lo que estaba sucediendo “en el tiempo presente”. No es que la gente no supiera que Jesús era el Mesías, que todas las profecías apuntaban a él, que hablaba con una autoridad que ni siquiera los líderes religiosos tenían. En cambio, Jesús los llamó “hipócritas”. Llamamos hipócrita a alguien que sabe lo que es correcto o verdadero pero vive negando lo que sabe que es correcto y verdadero. Jesús les estaba diciendo que así como podían interpretar las señales de la tierra y el cielo y pronosticar el clima, entendían que él había venido de Dios (tanto que los líderes determinaron muy rápidamente que tenían que matarlo). Ellos entendieron, pero no estaban dispuestos a reconocer y aceptar que había sido enviado por Dios. Aceptar a Jesús como el Mesías, sentarse a sus pies como María, seguirlo de cerca como los Doce, dejarse transformar personalmente por sus parábolas y enseñanzas e invitaciones a la conversión como Zaqueo los cambiaría para siempre. Esto no lo podían aceptar.
Ciertamente, no hay mucho daño por caminar bajo la lluvia sin paraguas o tener frío porque no verifiqué el frío que realmente hacía afuera. Más grave, sin embargo, es no vivir lo que sé, actuar según lo que creo, elegir lo que Dios ha elegido para mí. El resto de esta lectura del Evangelio expone claramente el riesgo de la hipocresía, de ser demasiado perezosos para preocuparse por vivir el Evangelio, de estar demasiado absortos en las cosas de esta tierra que el Señor toma un segundo lugar en nuestros intereses y en nuestro amor.
No creo que Jesús haya dicho estas palabras a la multitud con dureza o enojo. El corazón del Maestro era demasiado grande, su amor por ellos y por nosotros fue un amor que finalmente lo llevó a la cruz por nuestra salvación. Oigo en sus palabras un esfuerzo decidido por hacerles ver lo que está justo delante de sus ojos. Cuántas veces Jesús tiene que sacudirnos, recordarnos lo que sabemos y luego impulsarnos a aceptar lo que nos está revelando para que podamos permitir que nuestras vidas cambien.
Jesús, te entrego todo mi ser, cada momento de mi vida, cada respiro, cada pensamiento, cada deseo, cada palabra, cada acción. Rompe mi ignorancia, mi ceguera, mi falta de voluntad. Atráeme tan fuertemente hacia ti que en poco tiempo me encuentre renovada, creada de nuevo, transformada de maneras sorprendentes. Amén.
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