Resistir el Miedo

El Evangelio de hoy empieza diciéndonos que Jesús estaba profundamente afligido, igual que cualquier persona leyendo u oyendo este pasaje: de hecho es una de las partes más difíciles de leer durante este trayecto del Domingo de Ramos a Viernes Santo.  

Y es así porque todo se trata de nosotros.

Ésta es la noche cuando la humanidad se enfrenta cara a cara con su egocentrismo. Ésta es la noche cuando Jesús identifica a aquellos que lo van a traicionar: Judas y Simón Pedro, dos discípulos suyos, dos personas quienes lo siguieron y creyeron en Él, viajaron con Él y comieron con Él, dos personas quienes habían ofrecido sus vidas enteras en servicio al Señor.

Leemos todo esto y nos aflija. Queremos creer que, entrando en este tiempo oscuro, Jesús por lo menos tenía el consuelo de sus amigos. Queremos creer que los apóstoles apoyaban a Nuestro Señor 100%, que lo iban a defender a pesar de cualquier cosa. Los hemos seguido mientras entraron a Jerusalén con Él, los hemos visto subir las escaleras al cuarto donde iban a compartir la Última Cena. No queremos que ninguno lo traicione porque eso quiere decir que son igual de débiles como todos nosotros.

Y la verdad es, si les podría pasar a ellos, podría pasar a cualquier persona.

Ésta es la noche que resuena por todas las veces que nosotros mismos hemos traicionado a Dios. Ésta noche, nos enfrentamos cara a cara con el temor que nos paraliza y no nos permita hacer el bien, el temor de lastimarnos, el temor de lo desconocido, el temor de la oscuridad.

El temor es el arma principal de la maldad en el mundo, y los apóstoles tenían más que su parte. Tan solo unos días antes, ¡habían entrado a Jerusalén como parte de un desfile! Después de tres años de viaje, de carencia, de ver las puertas cerradas en sus caras, de dudas y preguntas y seguro de muchas noches sin dormir, entraron a Jerusalén en triunfo. Sólo Jesús sabía lo que estaba por venir; y seguro los apóstoles estaban llenos hasta el tope de alegría.

Y de un momento a otro esa alegría se convirtió en temor. Una noche como todas las demás de repente no era como todas las demás. Judas dio la espalda a la luz.

Hay especulaciones sobre sus motivos y probablemente nunca los entenderemos claramente. Sin embargo, a Pedro sí lo entendemos perfectamente: tenía miedo. Al final, cuando llegó su momento, su oportunidad de vivir lo que creía, no podía hacerlo. El temor lo paralizó e hizo lo que había prometido jamás hacer.

A todos nosotros nos gustaría creer que en los momentos de crisis vamos a escoger el bien, y muchos de nosotros sí lo haríamos. Igual que la historia humana es el cuento de temor y debilidad y tracción, también es el cuento de valor y generosidad y fidelidad. Dos apóstoles lo traicionaron a Cristo una noche y los demás no. Los demás estaban allí.

Pero probablemente hay una voz dentro de cada uno de nosotros que se pregunta qué haríamos, si podríamos resistir al miedo, si podríamos mantenernos firmes, porque sabemos que si podría pasar a los apóstoles de Jesús, hombre de fuerza y fortaleza, podría pasar a cualquiera de nosotros.

La pregunta que Jesús le hizo a Judas era, “Amigo, ¿para qué estás aquí?” Imagine por un momento que estás allí con ellos aquella noche y a ti te hace la misma pregunta: ¿Para qué estás aquí?

La respuesta es lo que vas a hacer por el resto de tu vida.