Acordándome de la Presencia de Dios

A mí se me olviden las cosas, ¿A ti te pasa? O sea, más recientemente, me encuentro olvidando más, incluso por qué he entrado un cuarto o donde he puesto mis llaves. Los nombres y los detalles me evadan. Pero no estoy hablando de este tipo de olvido. Tomar vitaminas, descansar más y hacer menos cosas a la vez ayudaron a resolver el problema de la memoria. El olvido de que yo hablo es el olvido que nos ataca incluso de niños. Es la disipación de la memoria de Dios. Dios nos ha implantado la memoria de Él al inicio de la creación. Podrías decir que está en nuestra DNA espiritual, que somos orientados a girar alrededor del Dios que nos ha creado a Su imagen y semejanza.

Antes de la Caída del Hombre, Adán y Eva disfrutaron de la presencia de Dios en el Jardín de Edén. Disfrutaron de la visión de Dios cara a cara, dice Gregoria de Nyassa. Adán le hablaba directamente a Dios. Nuestros primeros padres vivieron en un mundo sin ansiedad, sin impulso, sin gula y sin enfermedad. Experimentaron una integridad que viene de vivir de acuerdo a las virtudes. Su ser entero era dirigido hacia Dios y sus mentes y sus corazones estaban abiertos a la gracia de Dios.  

Luego, tentado por la serpiente, Adán y Eva se apartaron del camino que Dios había puesto para toda la creación. Con las mentes y los corazones oscurecidos y fragmentados y distraídos, se  hundieron más y más en el sufrimiento, sujeto a la ansiedad, las pasiones, y las elusiones egocéntricas. Al apartarse del camino que Dios les había puesto, se hizo más y más difícil de pensar en Él, de acordarse de Él, de confiar en Él, y de orar a Él.

Así que, aunque Dios impresiona sus características y su carácter en nosotros en nuestro bautismo, también encontramos que es trabajoso acordarnos de Dios durante el día y a veces incluso cuando estamos rezando.

La lectura del Antiguo Testamento del libro de Deuteronomio nos da buen consejo del Señor sobre cómo fortalecer la memoria espiritual. Le dice a su pueblo que debe estar atento y no olvidarse de las cosas que sus propios ojos han visto. Les exhorta que no deje que estas cosas se desaparecen de la memoria mientras tengan vida.

¿Cómo podemos hacer eso?

Tomar un poco de tiempo para recordar lo que tus ojos han visto. Acuérdate de la vez que Dios te ha sido presente o te ha ayudado a ti o a un ser querido. Ponte en ese momento. ¿Cómo era? ¿Qué pasaba? ¿Cómo te sentiste? ¿Dónde estuvo Dios presente? ¿Cómo era Dios para ti en ese momento?

Dile a Dios cuánto aprecias su presencia y sus acciones de tu parte. Quizá le puedes escribir una carta al Señor en tu diario. Luego escucha, para oír en tu corazón como Dios te responde. Pídele que te diga cómo es para Él estar allí para ti,  lo que desea para ti, lo que significas para Él. Pregúntale si hay algo en particular que quiere que sepas sobre esa experiencia de Su amor y Su presencia.

¡No te olvides lo que tus ojos han visto! Haz que sea un hábito esta práctica piadosa y llena tu mente y tu corazón con la memoria de cómo Dios te ha demostrado Su tierno interés.