Vamos a ser sinceros, a veces lo que el Señor nos pide es bastante difícil. Debemos ser santos y buenos, generosos y bondadosos, pacientes y prudentes. Y por si acaso eso no basta, durante la Cuaresma también debemos practicar el autodominio y sacrificarnos. AAH! ¡Por favor, dame un café latte y unos chocolates ahora mismo porque no puedo con todo esto!
Sin embargo, las lecturas de hoy nos dan un poco de esperanza. A pesar de que lo que nos piden es difícil, siempre resulta en un don mayor de parte de Dios.
La Primera Lectura dice: “Hoy has oído al Señor declarar que él será tu Dios, pero sólo si tú caminas por sus sendas, guardas sus leyes, mandatos y decretos, y escuchas su voz.” (Dt 26:17)
Esa es la parte difícil. Pero escucha lo que dice a continuación: “tú serás el pueblo de su propiedad, como él te lo ha prometido… él te elevará en gloria, renombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho y tú serás un pueblo consagrado al Señor, tu Dios” (Dt 26:18-19).
¡Que promesa tan increíble! ¿Qué importa un poco de sacrificio comparado con el hecho de ser elevado y consagrado a Dios?
Y de nuevo en el Evangelio nos pide algo aparentemente imposible diciendo, “Sean, pues, perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5:48), pero la consecuencia es tan dulce: “para que sean hijos de su Padre celestial” (Mt 5:45).
Mi papá siempre decía que nunca podrás ganarle al Señor en la generosidad, y las lecturas de hoy nos demuestran el ejemplo perfecto. Se nos pide poner un poco de esfuerzo, pero sus recompensas son eternas.