Me he vuelto cada vez más consciente de la presencia de Dios en mi vida durante los últimos dos años. Esta es una de las lecciones más valiosas que aprendí durante mi época en el seminario; ser consciente de los movimientos pequeños y silenciosos del Señor, que pasarían desapercibidos si no estuviera en sintonía con la forma de hablar del Señor.
La otra noche tuve un momento con Dios. Estaba dejando el apartamento de mi prometida para volver a mi casa y me sentía muy agradecido por todo lo que el Señor ha hecho en mi vida y por lo que sigue haciendo. Caía nieve mientras caminaba, la clase de nieve que cruje bajo los pies. Miré hacia arriba y sentí la presencia de Dios de una manera muy real y tangible. Era como si el mundo se detuviera y yo pudiera entrar en el silencio de mi corazón con el Amante de mi Alma.
Momentos como estos no ocurren todo el tiempo, pero sí suceden. Muchas veces estoy demasiado ocupado o distraído para oír el silencio. En el Evangelio de hoy, Jesús nos pide no balbucear como los paganos, que piensan que serán escuchados por todo lo que hablan. A lo largo de la Cuaresma se nos dice que oremos en silencio y ayunemos sin jactarnos. Estas frases han llegado en gran medida a significar que debemos ser humildes en nuestra oración, pero creo que nos perdemos de una profunda riqueza si las reducimos únicamente a la humildad.
La mayoría de los místicos que encontramos en nuestra gran tradición católica hablan de la importancia del silencio, y no solo de la tranquilidad pasiva, sino de la atención activa a las fuerzas espirituales dinámicas que nos rodean y nos acercan más a lo divino.
La Santa Madre Teresa dijo: “Necesitamos encontrar a Dios, y no lo podemos encontrar en el ruido y la agitación. Dios es el amigo del silencio. Fíjate cómo la naturaleza –los árboles, las flores, la hierba– crecen en silencio; fíjate en las estrellas, la luna y el sol, cómo se mueven en silencio… Necesitamos silencio para poder tocar almas”.
Mientras recorremos esta época de renovación espiritual, tómate un segundo para dejar de leer este blog y empieza a prestar atención a las formas silenciosas con las que Dios está trabajando en tu vida. Cada vez que encuentres un momento de calma y tranquilidad en tu día de hoy, simplemente reza Ven Espíritu Santo. Mientras lo haces, siéntate con lo que el Señor tenga que decirte en este momento. Siéntate con la certeza de que eres amado como Hijo o Hija de Dios. Tal vez te sorprenda aquella voz simple y a la vez profunda que oyes en el silencio.