God’s Infinite & Individual Love / El Amor Infinito e Individual de Dios

Exactly one decade ago today, I became a mom. It seems surreal that my son is now into double digits, that his feet are almost the same size as mine and he is only a few inches shorter than me. It also seems surreal that my hair is turning gray, my energy is lessening and I find my verbal filters slacking. 

Aging, whether it be in childhood or midlife, is one of those things that is simply inevitable. I’m pretty sure I have mentioned this before, but the reality of time and eternity boggles my mind. The second that I typed this word has already passed and is gone, never to return. And yet God resides in a place where there is no limit to time. 

I remember thinking as a child (and if I’m honest, maybe even a little bit today) that I didn’t want to live forever, even if it was in heaven. Our finite minds cannot comprehend the infinite. But as I inch closer to the reality of the end of earthly life, I find myself reflecting on it more and more. 

The first line of today’s First Reading reads: “Israel loved Joseph best of all his sons”. When I read this, two thoughts come to mind. First, how can a father choose favorites among his children and furthermore, let that be known among his other children? And second, that this is how God sees each and every one of us. Although our minds cannot comprehend it, He loves all of us the best! Each and every one of us are his favorite and especially beloved child. It blows my mind!

In the same way, our Gospel tells us about a landowner with wicked tenants who beat and killed his servants. We read: “Finally, he sent his son to them, thinking, ‘They will respect my son.’” The landowner obviously cared more about his own son than his servants and thought that surely the tenants would too. Unfortunately, this was not the case, but on the contrary, it is surely the case with our heavenly Father. He respects us and loves us so much that he died for us, just as the landowner’s son did. 

As a mother, I love my children with a passion and would surely lay down my life for them if it came down to that, yet God loves us in an even deeper way, in a way that we cannot even fathom. Let us bask in that infinite love today, allowing it to penetrate our minds and hearts as we continue our Lenten journeys. 

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Hoy hace exactamente una década, me convertí en mamá. Parece surrealista que mi hijo ahora tenga edad con dos dígitos, que sus pies sean casi del mismo tamaño que los míos y que solo sea unos cuantos centímetros más bajo que yo. También parece surrealista que mi cabello se esté volviendo gris, mi energía esté disminuyendo y encuentro que mis filtros verbales se aflojan.

El envejecimiento, ya sea en la niñez o en la mediana edad, es una de esas cosas que simplemente son inevitables. Estoy bastante seguro de haber mencionado esto antes, pero la realidad del tiempo y la eternidad me asombra. El segundo que escribí esta palabra ya pasó y se fue, para nunca volver. Y, sin embargo, Dios reside en un lugar donde no hay límite de tiempo.

Recuerdo haber pensado cuando era niña (y si soy honesto, tal vez todavía un poco hoy) que no quería vivir para siempre, aunque fuera en el cielo. Nuestras mentes finitas no pueden comprender el infinito. Pero a medida que me acerco a la realidad del final de la vida terrenal, me encuentro reflexionando sobre ello cada vez más.

La primera línea de la Primera Lectura de hoy dice: “Jacob amaba a José más que a todos sus demás hijos”. Cuando leo esto, dos pensamientos vienen a la mente. Primero, ¿cómo puede un padre elegir favoritos entre sus hijos y, además, hacerlo saber entre sus otros hijos? Y segundo, que así es como Dios nos ve a todos y cada uno de nosotros. Aunque nuestras mentes no pueden comprenderlo, ¡Él nos ama a todos de la mejor manera! Todos y cada uno de nosotros somos su hijo favorito y especialmente amado. ¡Eso me asombra!

De la misma manera, nuestro Evangelio nos habla de un terrateniente con labradores malvados que golpearon y mataron a sus sirvientes. Leemos: “Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: ‘A mi hijo lo respetarán’”. El terrateniente obviamente se preocupaba más por su propio hijo que por sus sirvientes y pensó que seguramente los arrendatarios también lo harían. Desafortunadamente, no fue así, sino por el contrario, seguramente es el caso de nuestro Padre celestial. Él nos respeta y nos ama tanto que murió por nosotros, tal como lo hizo el hijo del hacendado.

Como madre, amo a mis hijos con pasión y seguramente daría mi vida por ellos si llegara a eso, sin embargo, Dios nos ama de una manera aún más profunda, de una manera que ni siquiera podemos comprender. Disfrutemos de ese amor infinito hoy, permitiéndole entrar a los más profundo de nuestras mentes y corazones mientras continuamos nuestro camino Cuaresmal.

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Feature Image Credit: Casey Horner, https://unsplash.com/photos/JIdmuiF9luY


Tami Urcia grew up in Western Michigan, a middle child in a large Catholic family. She spent early young adulthood as a missionary in Mexico, studying theology and philosophy, then worked and traveled extensively before finishing her Bachelor’s Degree in Western Kentucky. She loves tackling projects, finding fun ways to keep her little ones occupied, quiet conversation with the hubby and finding unique ways to love. She works at for Christian Healthcare Centers, is a guest blogger on CatholicMom.com and BlessedIsShe.net, runs her own blog at https://togetherandalways.wordpress.com and has been doing Spanish translations on the side for over 20 years.