A Silent Proclamation on our Foreheads / Una ProclamaciĆ³n Silenciosa en la Frente

Today’s Gospel sets the tone for the whole season of Lent, a season marked deeply by self-examination and repentance, reflection and reparation, all of which are encapsulated in the reminder to FAST, PRAY, and GIVE ALMS.

Jesus addresses very directly the issue of “praying for praise” that was often seen in the religious people of his day. He warns against practicing acts of righteousness for public recognition or to show others how righteous we are. Instead, Jesus emphasizes the truth that authentic spirituality is a matter of the heart, which is almost never measured accurately by the judgment of others. He goes a step further, saying that we should even hide our piety from ourselves: “Do not let your left hand know what your right is doing.” Far from telling us to be oblivious, this is a call to be very intentional about surrendering to the Lord even the self-satisfaction our devotions and offerings might give us. We should not fast, pray, or give alms so that we feel like good people, but because we know that everything comes from and belongs to our good God.

Ash Wednesday, which marks the beginning of the Lenten season, calls us to this very heart-centered spirituality. As we receive ashes on our foreheads, we are reminded of our mortality and the need for sincere repentance. In response to this, we are called by a genuine desire to draw closer to God and serve our fellow human beings, to a deeper level of prayer, fasting, and almsgiving. It is a time to strip away any veneer of religious pretense and focus on the transformation of our souls in Christ. Ashes are a symbol of our mortality and renewal, and our Lenten practices should serve to purify our hearts, making us more receptive to God’s grace and love, and more willing to serve others.

Fasting during Lent helps us detach from worldly comforts and desires, allowing us to hunger for a deeper relationship with God. Almsgiving reminds us of our responsibility to care for those in need, fostering a spirit of generosity and compassion. And through prayer, we communicate with God, seeking forgiveness, grace, and a deeper love.

Is wearing our ashes to work going against what Jesus tells us about closing the door and praying in secret? Not at all. On the contrary, in a world that barely acknowledges our position in the universe (which is infinitesimally small), it is a necessary symbol of humility, a public acknowledgment that we are dependent, flawed, and in need of God’s mercy. In many ways, it is a silent proclamation of the Gospel, so let’s not put our light under a basket!

Rather, may these ashes serve as a visible sign of our commitment to live out the teachings of Jesus in a genuine and heartfelt way throughout this Lenten journey, as we draw closer to God and prepare our hearts to celebrate the joy of Easter, the ultimate triumph of love over death and sin.

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El Evangelio de hoy marca el tono para todo la temporada de Cuaresma, una temporada marcada profundamente por el autoexamen y el arrepentimiento, la reflexión y la reparación, todo lo cual se resume en el recordatorio de AYUNAR, ORAR y DAR LIMOSNA.

Jesús aborda muy directamente el tema de “orar buscando alabanza” que a menudo se veía en la gente religiosa de su época. Advierte contra la práctica de actos de rectitud para obtener reconocimiento público o para mostrar a otros lo justos que somos. En cambio, Jesús enfatiza la verdad de que la auténtica espiritualidad es una cuestión del corazón, que casi nunca se mide con precisión por el juicio de los demás. Va un paso más allá y dice que incluso debemos ocultarnos a nosotros mismos la piedad: “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”. Lejos de decirnos que nos olvidemos, este es un llamado a ser muy intencionales en entregar al Señor incluso la autosatisfacción que nuestras devociones y ofrendas puedan brindarnos. No debemos ayunar, orar o dar limosna para sentirnos buenas personas, sino porque sabemos que todo proviene y pertenece a nuestro buen Dios.

El Miércoles de Ceniza, que marca el comienzo de la Cuaresma, nos llama a esta espiritualidad centrada en el corazón. Cuando recibimos cenizas en la frente, nos recuerda de la mortalidad y la necesidad de un arrepentimiento sincero. En respuesta a esto, somos llamados por un deseo genuino de acercarnos a Dios y servir a nuestros semejantes, a un nivel más profundo de oración, ayuno y limosna. Es un momento de despojarnos de cualquier barniz de pretensión religiosa y centrarnos en la transformación de nuestras almas en Cristo. Las cenizas son un símbolo de nuestra mortalidad y renovación, y las prácticas de Cuaresma deben servir para purificar nuestros corazones, haciéndonos más receptivos a la gracia y el amor de Dios y más dispuestos a servir a los demás.

El ayuno durante la Cuaresma nos ayuda a desapegarnos de las comodidades y deseos mundanos, permitiéndonos tener hambre de una relación más profunda con Dios. La limosna nos recuerda de nuestra responsabilidad de cuidar a los necesitados, fomentando un espíritu de generosidad y compasión. Y a través de la oración nos comunicamos con Dios, buscando el perdón, la gracia y un amor más profundo.

¿Dejar las cenizas en la frente cuando vayamos a trabajar va en contra de lo que Jesús nos dice acerca de cerrar la puerta y orar en secreto? Para nada. Por el contrario, en un mundo que apenas reconoce nuestra posición en el universo (que es infinitamente pequeña), es un símbolo necesario de humildad, un reconocimiento público de que somos dependientes, imperfectos y necesitados de la misericordia de Dios. En muchos sentidos, es una proclamación silenciosa del Evangelio, ¡así que no pongamos nuestra luz debajo de una canasta!

Más bien, que estas cenizas sirvan como un signo visible de nuestro compromiso de vivir las enseñanzas de Jesús de una forma genuina y sincera a lo largo de este camino de Cuaresma, mientras nos acercamos más a Dios y preparamos nuestros corazones para celebrar la alegría de la Pascua, el máximo triunfo del amor sobre la muerte y el pecado.

Comunicarse con la autora

Kathryn Mulderink, MA, is married to Robert, Station Manager for Holy Family Radio. Together they have seven children (including Father Rob), and seven grandchildren. She is President of the local community of Secular Discalced Carmelites and has published five books and many articles. Over the last 30 years, she has worked as a teacher, headmistress, catechist, Pastoral Associate, and DRE, and as a writer and voice talent for Catholic Radio. Currently, she serves the Church by writing and speaking, and by collaborating with various parishes and to lead others to encounter Christ and engage their faith. Her website is www.KathrynTherese.com

Feature Image Credit: Ranyel Paula, cathopic.com/photo/11702-ashes-on-the-forehead