Siempre leo las escrituras buscando la inspiración para mis escritos, pero ¿alguna vez has leído la Biblia y terminado deprimido? Me acuerdo claramente de cuando era niño todos nos reuníamos en familia a rezar el rosario a diario. Mientras las cuentas del Rosario pasaban por nuestros dedos, meditamos en las lecturas de las escrituras. Parecía que especialmente durante la temporada de Cuaresma, estas lecturas no eran cuentos de la gloria de la resurrección, sino de rabia, dolor, sufrimiento y desesperación. Durante la Cuaresma hay unas lecturas bastantes deprimentes, obviamente terminando con la atrocidad de la crucifixión.
Puedes imaginar la tremenda satisfacción que sentí al despertarme esta mañana y leer “Convertiré a Jerusalén en júbilo y a mi pueblo en alegría. Me alegraré por Jerusalén y me gozaré por mi pueblo.” No se parece a las típicas lecturas solemnes que a veces oímos durante esta temporada. Cualquier persona que me ha conocido sabe que soy una persona muy optimista. Siempre pienso lo mejor de las personas e intento ayudarles a llegar a su potencial completa. La primera lectura de hoy de Isaías es un recordatoria maravilloso que la alegría y el sufrimiento no se oponen.
Esta idea parece un poco raro a primera vista; ¿cómo podría ser que la alegría y el sufrimiento no se oponen completamente? A fin de cuentas, no somos felices cuando sufrimos. No conozco a nadie que se ríe cuando está esperando en la cola del departamento de vehículos de motor. Creo que el problema en nuestra cultura es que pensamos que la alegría y la felicidad son lo mismo y no es el caso. La felicidad es una emoción que se nos da como resultado de un estímulo. La alegría es una virtud; es algo que escogemos sin importar lo que está pasando a nuestro alrededor, podemos tener una disposición positiva. Podrías decir que la felicidad se queda a nivel de reflejo hasta entrar a nuestra voluntad y allí se muere o se hace virtud.
Estas ideas son un poco pesadas, pero realmente son bastante sencillas. No éramos hechos para sufrir sino es una consecuencia del pecado original. Éramos hechos para la alegría, éramos creados para tener la alegría perfecta con los demás y con Dios mismo. El último sacrificio de Cristo en la cruz nos obtuvo la salvación eterna, dándonos el ejemplo perfecto de cómo la alegría puede venir de incluso el acto más horrible.
Que buena noticia para tanto los que son optimistas como los que son pesimistas. El problema con la maldad en el mundo es algo que siempre me pone incómodo. ¿Cómo puede ser que un Dios amoroso permite un sufrimiento tan horrible? Cuando estos pensamientos quieren entrar la mente, siempre me pongo a pensar en la crucifixión. Sin la crucifixión, no podríamos participar íntimamente en la Naturaleza Divina de Dios en el cielo algún día. El momento más oscuro en la historia humana trajo la alegría más inmensa.
¿De qué sufres hoy día? ¿Cuáles batallas tienes que te hacen enojar con Dios o por lo menos hacen que sea difícil ver la alegría que podría eventualmente venir? Todos tenemos dolores y aflicciones en esta vida, pero Dios promete que Él “dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman.” Los animo hoy día a entregar sus sufrimientos a Cristo. Permítale que camine contigo en el sufrimiento. Porque Jesús también sufrió, sudó sangre, lloró, aguantó el sufrimiento humano, y puede ayudarte a experimentar la alegría cuando parece imposible.
“Estoy por crear una Jerusalén feliz, un pueblo lleno de alegría. Me regocijaré por Jerusalén y me alegraré en mi pueblo.” Isaías 65:18-19