Having eaten from the tree of the knowledge of good and evil and hidden from God, Adam and Eve are cast out of the Garden of Eden. As the Catechism tells us, “Man, tempted by the devil, let his trust in his Creator die in his heart, and, abusing his freedom, disobeyed God’s command” (397). In other words, he trusted himself above God, thinking that he ought to have the power to decide what is good and what is evil on his own.
God had given man what he truly needed. Born with supernatural and preternatural gifts, gifts that went beyond nature and gifts that are not strictly necessary for nature, man had more than he needed. Specifically, this was the state of original holiness (supernatural) and immortality, infused knowledge, and integrity of the passions (preternatural). These gifts were so great that man did not even consider such things as shame for nakedness, instead clearly perceiving the dignity of the other person without the temptation to lust. He was in harmony with God, himself, and creation.
God only requested man’s cooperation with His will, a just submission to the Creator of the universe. Our first parents, acting for all of humanity, went against this. As a result, we became in some way like the demons, who “radically and irrevocably rejected God and his reign” (CCC 392). Our fall resulted in original sin, the withdrawal of the gifts given at creation, and the angels’ fall resulted in losing their places in heaven, becoming demons. We lost the state of grace, became susceptible to death, lost the knowledge we had, and fractured the ordered relationship of body and soul. Our relationship with the rest of the world became fraught with toil and conflict.
The Psalm speaks of the attitude we should have had: “O Lord, you have been our refuge.” This is echoed by the Gospel acclamation: “One does not live on bread alone, but on every word that comes forth from the mouth of God.” We are utterly dependent on God for our very existence and for everything that flows from it. He gives us the ability to act as we wish, but we ought to know that it is only really fruitful when these wishes are in line with His. We can fall into the temptation that we can get by without God, but it’s illusory. He created us for a purpose, and so knows how we ought to exist and act in order to be complete and happy. He is always there, watching over us and permitting our every action.
Jesus shows us the practical impact of this in the Gospel reading: those who live in the truth of creation and trust in God completely will receive miracles beyond their comprehension. The disciples were surprised that Jesus would consider feeding the crowds with so little food, but they trusted Him enough to give him the bread and fish. Even that small act of faith was enough for Him to multiply the food. We ought to have the same trust in God in everything, knowing that although we can take the reigns for ourselves, following His will is much more fruitful.
Habiendo comido del árbol del conocimiento del bien y del mal y escondido de Dios, Adán y Eva son expulsados del Jardín del Edén. Como nos dice el Catecismo, “El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios.” (397). En otras palabras, se confió a sí mismo por encima de Dios, pensando que debería tener el poder de decidir lo que es bueno y lo que es malo por sí mismo.
Dios le había dado al hombre lo que realmente necesitaba. Nacido con dones sobrenaturales y preternaturales, dones que iban más allá de la naturaleza y dones que no son estrictamente necesarios para la naturaleza, el hombre tenía más de lo que necesitaba. Específicamente, este era el estado de santidad original (sobrenatural) e inmortalidad, conocimiento infuso e integridad de las pasiones (preternatural). Estos dones eran tan grandes que el hombre ni siquiera consideraba cosas como la vergüenza de la desnudez, sino que percibía claramente la dignidad de la otra persona sin la tentación de la lujuria. Estaba en armonía con Dios, consigo mismo y con la creación.
Dios sólo pidió la cooperación del hombre con su voluntad, una justa sumisión al Creador del universo. Nuestros primeros padres, actuando por toda la humanidad, fueron en contra de esto. Como resultado, nos volvimos de alguna manera como los demonios, que “rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino” (CCC 392). Nuestra caída resultó en el pecado original, el retiro de los dones dados en la creación, y la caída de los ángeles resultó en la pérdida de sus lugares en el cielo, convirtiéndose en demonios. Perdimos el estado de gracia, nos volvimos susceptibles a la muerte, perdimos el conocimiento que teníamos y fracturamos la relación ordenada de cuerpo y alma. Nuestra relación con el resto del mundo se volvió ardua y conflictiva.
El salmo habla de la actitud que deberíamos haber tenido: “Tú eres, Señor, nuestro refugio”. De esto se hace eco la aclamación del Evangelio: “No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.” Dependemos totalmente de Dios para nuestra propia existencia y para todo lo que se deriva de ella. Él nos da la capacidad de actuar como deseamos, pero debemos saber que solo es realmente fructífero cuando estos deseos están en línea con los Suyos. Podemos caer en la tentación de que podemos arreglar las cosas sin Dios, pero es ilusorio. Él nos creó con un propósito, y por eso sabe cómo debemos existir y actuar para ser completos y felices. Él siempre está ahí, cuidándonos y permitiendo todas nuestras acciones.
Jesús nos muestra el impacto práctico de esto en la lectura del Evangelio: aquellos que viven en la verdad de la creación y confían completamente en Dios recibirán milagros más allá de su comprensión. Los discípulos se sorprendieron de que Jesús considerara alimentar a las multitudes con tan poca comida, pero confiaron en Él lo suficiente como para darle el pan y el pescado. Incluso ese pequeño acto de fe fue suficiente para que multiplicara la comida. Debemos tener la misma confianza en Dios en todo, sabiendo que aunque podemos tomar las riendas por nosotros mismos, seguir Su voluntad es mucho más fructífero.
David Dashiell is a freelance author and editor in Nashville, Tennessee. He has a master’s degree in theology from Franciscan University, and is the editor of the anthology Ever Ancient, Ever New: Why Younger Generations Are Embracing Traditional Catholicism.
Feature Image Credit: Yael Portabales, cathopic.com/photo/1101-castillo-de-santangelo