We see signs all over the place. Signs that tell us to stop our cars at an intersection, signs that tell us where to cross the street, signs that tell us the name of a street. Our daily lives are inundated with signs, I’d be curious to count up all the signs that I drive past in a day. We see so many signs that it only makes sense that we’d want to see signs in our spiritual lives as well. In fact, I’d go so far as to say that we’d almost *expect* to see signs.
So what happens when those signs don’t happen? Or God maybe reveals Himself to us in a way that we weren’t asking for or weren’t expecting? Often, we become disappointed while still demanding for our sign to be fulfilled in the way that we asked for.
When we do that, though, we are placing constraints on God. We are projecting our own will onto His. Our God is so much bigger and more powerful than our own finite human plans. He works outside of time and outside of space and He often works in ways that we do not expect.
This is exactly what the scribes and Pharisees did in today’s Gospel. They demanded to see a sign because they refused to accept and acknowledge Jesus’ previous miracles. Because they wanted a sign according to their own agenda (and their agenda always was to trap Jesus), He would not give them the satisfaction.
God loves to be merciful. He loves when we ask Him for things and He wants to grant the deepest wishes and desires of our hearts. We have to remember, though, that God created our hearts and knows them better than we do. That means He will answer our needs according to what He knows is best for us – that includes when we might ask for a sign.
How will we notice them, then? Simply, when the Lord reveals Himself to us through signs, we notice the signs better usually when we are in tune with His heart – when we’ve been spending time with Him in prayer, when we’ve been making Him a priority in our lives. When we spend time focusing on things of the Lord instead of things of the world, we will notice even better when He moves and works in our lives.
Vemos señales por todos lados. Señales que nos dicen que nos paramos en una intersección, señales que nos dicen por dónde cruzar la calle, señales que nos dicen el nombre de la calle. Nuestra vida diaria está inundada de señales, me gustaría contar todos las señales que veo en un día. Vemos tantas señales que tiene sentido que también queramos ver señales en nuestra vida espiritual. De hecho, hasta me atrevería decir que casi “esperamos” ver señales.
Entonces, ¿qué sucede cuando no recibimos esas señales? ¿O tal vez Dios se nos revela de una manera que no estábamos pidiendo o no esperábamos? A menudo, nos decepcionamos mientras exigimos que nuestra señal se cumpla de la manera que lo pedimos.
Sin embargo, cuando hacemos eso, estamos imponiendo restricciones a Dios. Estamos proyectando nuestra propia voluntad sobre la Suya. Nuestro Dios es mucho más grande y más poderoso que nuestros propios planes humanos finitos. Él trabaja fuera del tiempo y del espacio y, a menudo, obra de maneras que no esperamos.
Esto es exactamente lo que hicieron los escribas y fariseos en el Evangelio de hoy. Exigieron ver una señal porque se negaron a aceptar y reconocer los milagros anteriores de Jesús. Debido a que querían una señal de acuerdo a su propia agenda (y su agenda siempre fue atrapar a Jesús), Él no les daría la satisfacción.
A Dios le encanta ser misericordioso. Le encanta cuando le pedimos cosas y quiere conceder los deseos y anhelos más profundos de nuestro corazón. Sin embargo, debemos recordar que Dios creó nuestros corazones y los conoce mejor que nosotros. Eso significa que responderá a nuestras necesidades de acuerdo con lo que sabe que es mejor para nosotros, incluyendo cuándo podríamos pedir una señal.
Entonces, ¿cómo nos damos cuenta de ellas? Simplemente, cuando el Señor se nos revela a través de las señales, y las reconocemos mejor cuando estamos en sintonía con Su corazón, cuando hemos pasado tiempo con Él en la oración, cuando lo hemos hecho una prioridad en nuestras vidas. Cuando pasamos tiempo enfocándonos en las cosas del Señor en lugar de las cosas del mundo, reconoceremos aún mejor cuando Él se mueve y obra en nuestras vidas.
Erin is a Cleveland native and graduate of Franciscan University of Steubenville. She is passionate about the Lord Jesus, all things college sports and telling stories and she is blessed enough to get paid for all three of her passions as a full-time youth minister and a freelance sports writer.
Feature Image Credit: Malachi Brooks, unsplash.com/photos/SmgvToT3nbA