God Calls Us by Name / Dios Nos Llama por Nuestro Nombre

During the time of Christ’s life, a Jew working as a tax collector was considered nothing less than a traitor, not just to his fellow Jews, but even to God. Willing cooperation with the Romans was practically apostasy, and any Jew collecting taxes from his own people would be effectively ostracized from society.

For Christ to address Levi, a Jewish tax collector, much less to invite him somewhere, is unthinkable. Yet that is exactly what Christ does. He does not say “Repent” first, or censure Levi for his actions. Instead, He invites him to follow. Levi’s response is also stunning. He does not hesitate out of shame or fear, but immediately rises and comes to Christ.

The devil often tempts us to sin by presenting it as something good or desirable. Yet the tables turn once we give in. As soon as we feel the guilt of our sin and the desire to repent, the devil accuses us of a sin too shameful to be forgivable. “What kind of terrible person would do such a thing? How could Christ ever forgive that? Don’t even bother confessing. Forgiveness isn’t granted for something that bad.” Sometimes our shame is so acute that we truly believe the lie, and we shy away from the encounter with Christ.

Yet how does Christ address Levi? “Follow me.” He seeks Levi with divine love, and He does the same for us: “I have come to call not the righteous but sinners.” Afterwards, He shares a meal with many tax collectors and sinners. Of course, He sees their sins, just like He sees ours. But unlike the devil, Christ does not call us by our sins; He calls us by our name.

Maybe you have heard someone say that the Church on earth is not a museum of saints, but rather a hospital for sinners. If the Church is a hospital, then Christ is the divine Physician, coming to heal and save our souls. He became incarnate, suffered and died, and established His Church for us, — for you and me — so that we could be healed of our sins. Two thousand years ago, He sought out Levi to save him, and He does the same for us today.

Tax collecting is merely trading in pennies, measure for measure, tit for tat. Not so with Christ. He does not deal in weights and measures, but with human hearts. He is not driven away by our sin. He is drawn by our need for His love. He wants us desperately. There is no question that Christ will lovingly seek us out in our sickness. How will we respond? Look at Levi’s unhesitating trust. Let us pray for the grace to imitate the sinful tax collector, so that when we fall, we may also run to Christ’s side and receive His salvific love.

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Durante la época de la vida de Cristo, un judío que trabajaba como recaudador de impuestos era considerado nada menos que un traidor, no sólo hacia sus compañeros judíos, sino incluso hacia Dios. La cooperación voluntaria con los romanos era prácticamente apostasía, y cualquier judío que recaudara impuestos de su propio pueblo sería efectivamente excluido de la sociedad.

Que Cristo se dirija a Leví, un recaudador de impuestos judío, y mucho menos que lo invite a algun lado, es impensable. Sin embargo, eso es exactamente lo que hace Cristo. No dice “arrepiéntete” primero, ni censura a Leví por sus acciones. En cambio, lo invita a seguirlo. La respuesta de Levi también es sorprendente. No duda por vergüenza o por miedo, sino que inmediatamente se levanta y sigue a Cristo.

El diablo muchas veces nos tienta a pecar presentándolo como algo bueno o deseable. Sin embargo, las cosas cambian una vez que cedemos. Tan pronto como sentimos la culpa de nuestro pecado y el deseo de arrepentirnos, el diablo nos acusa de un pecado demasiado vergonzoso para ser perdonable. “¿Qué clase de persona terrible haría tal cosa? ¿Cómo podría Cristo perdonar eso? Ni siquiera te molestes en confesarte. El perdón no se concede por algo tan malo”. A veces nuestra vergüenza es tan aguda que realmente creemos en la mentira y evitamos el encuentro con Cristo.

Sin embargo, ¿cómo se dirige Cristo a Leví? “Sígueme.” Él busca a Leví con amor divino, y hace lo mismo por nosotros: “Yo no he venido para llamar a justos, sino a los pecadores”. Luego comparte una comida con muchos publicanos y pecadores. Por supuesto, Él ve sus pecados, tal como ve los nuestros. Pero a diferencia del diablo, Cristo no nos llama por nuestros pecados; Nos llama por nuestro nombre.

Quizás hayas oído a alguien decir que la Iglesia en la tierra no es un museo de santos, sino un hospital de pecadores. Si la Iglesia es un hospital, entonces Cristo es el Médico divino que viene a sanar y salvar nuestras almas. Se encarnó, sufrió y murió, y estableció su Iglesia para nosotros, para ti y para mí, para que pudiéramos ser sanados de nuestros pecados. Hace dos mil años, buscó a Leví para salvarlo, y hoy hace lo mismo por nosotros.

La recaudación de impuestos es simplemente negociar con centavos, medida por medida, ojo por ojo. No es así con Cristo. No se trata de pesas y medidas, sino de corazones humanos. Nuestro pecado no lo ahuyenta. Se siente atraído por nuestra necesidad de su amor. Nos quiere desesperadamente. No hay duda de que Cristo nos buscará amorosamente en nuestra enfermedad. ¿Cómo responderemos? Mire la confianza inquebrantable de Levi. Pedimos la gracia de imitar al recaudador de impuestos pecador, para que cuando caigamos, también podamos correr al lado de Cristo y recibir su amor salvífico.

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Hailing from Nashville, Catherine is a graduate of Christendom College with a lifelong passion for words. Her love of writing and her Catholic Faith continue to shape her as a freelance editor, copywriter, and (aspiring) novelist, where she pursues her passions for the love and greater glory of God.

Feature Image Credit: Ben White, unsplash.com/photos/BtNxJsFOjtQ