St. Paul’s words today about “filling up what is lacking in the afflictions of Christ” open up to us a deeper perspective on the Christian life. As Christians, we are followers of Christ, but this does not simply mean listening to His moral teachings and maintaining a good standing in the Church. To follow Jesus is to follow Him in His life as well, to live as He lived. When Paul speaks about “bring[ing] to completion for you the word of God, the mystery hidden from ages,” he clarifies this as “Christ in you, the hope for glory. . . . that we may present everyone perfect in Christ” (Col. 1:25–28). We follow Christ by allowing Him to live in us, unto perfection. The Christian life is a transformation into Christ.
It might be difficult to understand why this journey toward perfection includes suffering. St. Paul gives a missing piece in his Letter to the Romans: “Affliction produces endurance, and endurance, proven character, and proven character, hope, and hope does not disappoint, because the love of God has been poured out into our hearts through the holy Spirit that has been given to us” (Rom. 5:3–5). Through suffering, we are taught to endure without wavering, keeping our eyes fixed on Jesus, motivated by His love. Suffering makes us firm in resolve for definitive union with God, the goal of the Christian life. We already have a foretaste of this union through the love of God poured into our hearts through the Holy Spirit.
This love is the reason for our hope: we know what it will be like to be with God for all eternity, because He is already dwelling within us when we are in the state of grace. This gives us hope to persevere in our afflictions, which will inevitably come when we live a life that causes consternation to those who do not follow the Lord.
In the Gospel, Jesus attends a synagogue service, being watched closely by the scribes and Pharisees. They are suspicious of Him; they feel threatened by Him. He does not shy away from this conflict, but chooses to confront their fears before they can even voice them. He challenges them verbally and proceeds to heal on the Sabbath, forcing them to choose between believing in Him and the validity of His mission and trusting in themselves and the validity of their own rabbinic tradition. Jesus continues to do things like this throughout His earthly ministry, knowing full well the consequences of His actions.
The consequence of Jesus’ presentation of the Gospel, of His fulfillment of the Law and the Prophets, is suffering and death. But He is not afraid of this, and knows how to make it fruitful. Ultimately, His sacrifice leads to the greatest blessing, the blessing that enables us to become His brothers and sisters through grace. This suffering of Christ opens up for us a way to share in that same process of suffering to endurance to proven character to hope. He makes space for us, a “lack” to participate in, so that we can “fill up what is lacking” and not only build up hope, but “work out [our] salvation” (Phil. 2:12).
Las palabras de San Pablo hoy, “completo lo que falta a la pasión de Cristo”, nos abre una perspectiva más profunda de la vida cristiana. Como cristianos, somos seguidores de Cristo, pero esto no significa simplemente escuchar sus enseñanzas morales y mantener una buena reputación en la Iglesia. Seguir a Jesús es seguirlo también en Su vida, vivir como Él vivió. Cuando Pablo habla de “predicarles por entero su mensaje, o sea el designio secreto que Dios ha mantenido oculto”, aclara esto como “Cristo vive en ustedes y es la esperanza de la gloria… a fin de que todos sean cristianos perfectos” (Col. 1,25–28). Seguimos a Cristo permitiéndole vivir en nosotros hasta la perfección. La vida cristiana es una transformación en Cristo.
Puede ser difícil entender por qué este camino hacia la perfección incluye sufrimiento. San Pablo da una pieza que falta en su Carta a los Romanos: “La aflicción produce paciencia, y paciencia, carácter probado y carácter probado, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones a través del Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom. 5,3–5). A través del sufrimiento, se nos enseña a soportar sin vacilar, manteniendo la mirada fija en Jesús, movidos por su amor. El sufrimiento nos hace firmes en la resolución de la unión definitiva con Dios, meta de la vida cristiana. Ya tenemos un anticipo de esta unión por el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.
Este amor es la razón de nuestra esperanza: sabemos lo que será estar con Dios por toda la eternidad, porque ya está habitando en nosotros cuando estamos en estado de gracia. Esto nos da esperanza para perseverar en nuestras aflicciones, que inevitablemente vendrán cuando vivamos una vida que cause consternación a los que no siguen al Señor.
En el Evangelio, Jesús asiste a un servicio en la sinagoga, siendo observado de cerca por los escribas y fariseos. Ellos sospechan de Él; se sienten amenazados por Él. Jesús no rehuye este conflicto, sino que elige enfrentar sus miedos antes de que los puedan expresar. Los desafía verbalmente y procede a sanar en sábado, obligándolos a elegir entre creer en Él y en la validez de Su misión y confiar en sí mismos y en la validez de su propia tradición rabínica. Jesús sigue haciendo cosas semejantes a lo largo de Su ministerio terrenal, sabiendo muy bien las consecuencias de Sus acciones.
La consecuencia de la presentación del Evangelio por parte de Jesús, de su cumplimiento de la Ley y de los Profetas, es el sufrimiento y la muerte. Pero no tiene miedo y sabe cómo hacerlo fecundo. En última instancia, Su sacrificio conduce a la mayor bendición, la bendición que nos permite convertirnos en Sus hermanos y hermanas por medio de la gracia. Este sufrimiento de Cristo nos abre un camino para compartir ese mismo proceso de sufrimiento a la perseverancia al carácter probado a la esperanza. Hace un espacio para nosotros, un “hueco” para poder participar, para que podamos “suplir lo que falta” y no solo construir la esperanza, sino “ocuparnos en [nuestra] salvación” (Filipenses 2,12).
David Dashiell is a freelance author and editor in Nashville, Tennessee. He has a master’s degree in theology from Franciscan University, and is the editor of the anthology Ever Ancient, Ever New: Why Younger Generations Are Embracing Traditional Catholicism.
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