When I made a conscious decision to follow Christ, I was young. As a Catholic and as a teenager, I didn’t understand the value of the Mass which I attended every Sunday. I loved God, I wanted to serve Jesus, and I yearned for someone to tell me how to do that. I needed encouragement, and I wanted to be challenged. Although I attempted to participate in the Mass, I felt uninspired. Our parish priest’s homilies were flat and wishy-washy.
In fact, the “worship” of the non-denominational church I sometimes attended was more my style. We praised the Lord together with upbeat music. We read the Bible, heard some good preaching, and in my ignorance, I earnestly participated in the Protestant church’s monthly “communion.” I didn’t necessarily want to leave the Catholic Church, but I had ideas about how the Mass could be tweaked and modified in order to be more relevant and meaningful to me and, I assumed, to others.
Attending a truly Catholic University opened my eyes. I not only learned about the meaning of the Mass, but I learned that I had not been given the authority by Christ to change one word of the Mass! Once I understood some of the nuances of my Catholic faith more, I willingly accepted the fact that I did not have the right to decide how God wanted to be worshiped. What a revelation!
In today’s First Reading, it is hard to know exactly what was happening in regards to the first Masses of the early Christians. It is clear, however, that there were abuses taking place in Corinth and that Paul, with the authority given to him by Christ, was correcting the approach the Christians at Corinth had to the “Lord’s Supper.” He actually states that because they are celebrating the Lord’s Supper incorrectly, their “meetings” are doing “more harm than good!”
Two thousand years later, it is not surprising that in all of the millions of Masses said in the world every day, abuses continue to occur within the Sacred Liturgy, both serious innovations and minor unauthorized changes. St. Paul’s letter to the Corinthians helps us understand that priests and lay people alike need to be cautious about how we approach the Sacred Liturgy, keeping in mind that our own opinions and preferences must not contradict the Church’s law which are in place for a reason.
Even when we are motivated by the best of intentions as we seek to help others come into a relationship with Christ and feel accepted by the church community, it is important to be aware of the Church’s teaching in this matter: “Regulation of the sacred liturgy depends solely on the authority of the Church, that is, on the Apostolic See and, as laws may determine, on the bishop. [] Therefore no other person, even if he be a priest, may add, remove, or change anything in the liturgy on his own authority” (Constitution on the Sacred Liturgy, 22).
It is a joy and a privilege to worship God in Christ’s own Church, together with a community of believers. Let us gather with great reverence when we come together to celebrate the Sacred Liturgy.
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Cuando tomé la decisión consciente de seguir a Cristo, era joven. Como católico y adolescente, no entendía el valor de la Misa a la que asistía todos los domingos. Amaba a Dios, quería servir a Jesús y anhelaba que alguien me dijera cómo hacerlo. Necesitaba aliento, y quería ser desafiado. Aunque intenté participar en la Misa, no me sentí inspirado. Las homilías de nuestro párroco eran monótonas y vagas.
De hecho, la “adoración” de la iglesia protestante que a veces asistía era más de mi estilo. Alabamos al Señor juntos con música alegre. Leímos la Biblia, escuchamos buenos sermones y, en mi ignorancia, participé fervientemente en la “comunión” mensual de esa iglesia. No necesariamente quería dejar a la Iglesia Católica, pero tenía algunas ideas sobre cómo se podría ajustar y modificar la misa para que fuera más relevante y significativa para mí y, supuse que para los demás también.
Asistir a una universidad católica auténtica me abrió los ojos. No solo aprendí sobre el significado de la Misa, sino que ¡aprendí que Cristo no me había dado la autoridad para cambiar una sola palabra de la Misa! Una vez que entendí más algunos de los matices de mi fe católica, acepté voluntariamente el hecho de que no tenía derecho a decidir cómo Dios quería ser adorado. ¡Qué revelación!
En la Primera Lectura de hoy, es difícil saber exactamente lo que estaba pasando con respecto a las primeras Misas de los primeros cristianos. Está claro, sin embargo, que cometieron algunos abusos en Corinto y que Pablo, con la autoridad que le dio Cristo, estaba corrigiendo el enfoque que los cristianos de Corinto tenían de la “Cena del Señor”. De hecho, afirma que debido a que están celebrando la Cena del Señor incorrectamente, sus “reuniones” están haciendo “más daño que bien”.
Dos mil años después, no es sorprendente que en todos los millones de Misas que se dicen en el mundo todos los días, continúen ocurriendo abusos dentro de la Sagrada Liturgia, tanto innovaciones serias como cambios menores no autorizados. La carta de San Pablo a los Corintios nos ayuda a comprender que tanto los sacerdotes como los laicos deben ser cautelosos acerca de cómo abordamos la Sagrada Liturgia, teniendo en cuenta que nuestras propias opiniones y preferencias no deben contradecir las leyes de la Iglesia que están vigentes por una razón.
Incluso cuando estamos motivados por las mejores intenciones al buscar ayudar a otros a tener una relación con Cristo y sentirse aceptados por la comunidad de la iglesia, es importante estar al tanto de la enseñanza de la Iglesia en este asunto: “La reglamentación de la sagrada Liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica y, en la medida que determine la ley, en el Obispo. [] Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia, 22).”
Es un gozo y un privilegio adorar a Dios en la misma Iglesia de Cristo, junto a una comunidad de creyentes. Reunámonos con gran reverencia cuando nos unimos para celebrar la Sagrada Liturgia.
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