Today the Church celebrates the conversion of one of the greatest followers of Jesus: the apostle Saint Paul. When we first meet Paul in the Acts of the Apostles, he is clearly a young rabbi who had a hatred for the followers of Jesus. As St. Stephen was being stoned, those who took part in his martyrdom laid their cloaks at Paul’s feet. This zealot is described as entering house after house and dragging men and women out to hand them over for imprisonment (cf. Acts 8:3b).
As Paul approached Damascus with letters to bring back to Jerusalem any followers of the Way, Jesus met him. Surrounded by blinding light, Paul, who had been “breathing out murderous threats against the Lord’s disciples,” was humbled to the ground. Instead of speaking, he was made to listen. This heart that had been filled with such hatred for the followers of Jesus, suddenly and immediately found a love beyond his comprehension from the very one he had been persecuting.
“I am Jesus, whom you are persecuting,” Jesus told him. “Now get up and go into the city, and you will be told what you must do” (v 5-6).
Paul’s call, his conversion, left him blind, and like a child he was led into Damascus where he was baptized three days later by Ananias, a member of the community of disciples he had intended to round up and take back to Jerusalem for punishment.
Paul was called. Paul was converted, changed, transformed. Paul was baptized so that he would carry out the mission Jesus had chosen him for: to go into the whole world, far beyond the boundaries of Jerusalem, to proclaim the good news to every creature.
Paul’s call has become the paradigm of every Christian calling since. We are called not for ourselves, but for others. We are loved, not to hold that sense of God’s love for us close to our own hearts, but to give it away to as many people as possible. We are transformed that we might radiate to the world what it is to be truly human, truly Christ-like, totally Christian. In other words, today’s feast is a window onto the most important task you and I have on this earth: “Go into the whole world and proclaim the gospel to every creature.”
After Paul regained his sight, he immediately began to preach to the Jews of Damascus about Jesus. He was met with disbelief and threats against his life. Paul had to learn that this mission to go to the very ends of the earth spurred on by the love of Christ, though a huge task, wasn’t going to be accomplished on his own terms. Eventually he was sent away by the disciples to Tarsus. For three years he waited in study and prayer until Barnabas remembered him and thought he might be able to help out the community in Antioch.
The Church is given a great commission to proclaim the gospel to every creature, and yet in our experience the best and the brightest and the most promising people are often sidelined or walk away. People don’t get along and it seems that perfect opportunities are missed. There is so much to do we want to get started right away, throwing ourselves into the project, and God tells us to wait and study and pray. We devise strategies and develop plans, and God undoes them all to bring about his own. Sometimes I feel that these are the signs that accompany those who believe. More than healing the sick and driving out demons, speaking new languages and picking up serpents with our bare hands, God leaves us in confusion and humility as we wait upon his Word. What set-back or suffering are you bearing for the sake of the Gospel?
You and I are commissioned to share with every person on this earth the story of Christ’s life, death and resurrection. To whom is God sending you today to share the good news?
Hoy la Iglesia celebra la conversión de uno de los más grandes seguidores de Jesús: el apóstol San Pablo. Cuando nos encontramos por primera vez a Pablo en los Hechos de los Apóstoles, claramente es un rabino joven que odiaba a los seguidores de Jesús. Mientras apedreaban a San Esteban, los que participaron en su martirio pusieron sus mantos a los pies de Pablo. Este zelote es descrito entrando casa tras casa y arrastrando a hombres y mujeres para entregarlos a la cárcel (cf. Hch 8:3b).
Cuando Pablo se acercó a Damasco con cartas para traer de regreso a Jerusalén a los seguidores del Camino, Jesús lo encontró. Rodeado de una luz cegadora, Pablo, que había estado “amenazando todavía de muerte a los discípulos del Señor”, fue humillado hasta el suelo. En lugar de hablar, se le hizo escuchar. Este corazón que había estado lleno de tanto odio por los seguidores de Jesús, de repente e inmediatamente encontró un amor más allá de su comprensión del mismo que había estado persiguiendo.
“Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues”, le dijo Jesús. “Levántate y vete a Damasco; allá te dirán todo lo que tienes que hacer’” (v 5-6).
El llamado de Pablo, su conversión, lo dejó ciego, y como un niño fue conducido a Damasco donde fue bautizado tres días después por Ananías, un miembro de la comunidad de discípulos que tenía la intención de reunir y llevar de vuelta a Jerusalén para castigarlo.
Pablo fue llamado. Pablo fue convertido, cambiado, transformado. Pablo fue bautizado para llevar a cabo la misión para la que Jesús lo había elegido: ir por todo el mundo, más allá de los límites de Jerusalén, para anunciar la buena nueva a toda criatura.
El llamado de Pablo se ha convertido en el paradigma de todo llamado cristiano desde entonces. No estamos llamados para nosotros mismos, sino para los demás. Somos amados, no para mantener ese sentido del amor de Dios por nosotros cerca de nuestros propios corazones, sino para dárselo a todas las personas posible. Somos transformados para poder irradiar al mundo lo que es ser verdaderamente humano, verdaderamente semejante a Cristo, totalmente cristiano. En otras palabras, la fiesta de hoy es una ventana a la tarea más importante que tú y yo tenemos en esta tierra: “Vayan por todo el mundo y proclaman el evangelio a toda criatura”.
Después de que Pablo recuperó la vista, inmediatamente comenzó a predicar a los judíos de Damasco acerca de Jesús. Fue recibido con incredulidad y amenazas contra su vida. Pablo tuvo que aprender que esta misión de ir hasta los confines de la tierra impulsada por el amor de Cristo, aunque era una tarea enorme, no la iba a cumplir en sus propios términos. Finalmente, los discípulos lo enviaron a Tarso. Durante tres años esperó en estudio y oración hasta que Bernabé se acordó de él y pensó que podría ayudar a la comunidad de Antioquía.
A la Iglesia se le da la gran comisión de proclamar el evangelio a toda criatura y, sin embargo, en nuestra experiencia, las personas mejores, más brillantes y más prometedoras a menudo son marginadas o se alejan. La gente no se lleva bien y parece que se pierden oportunidades perfectas. Hay tanto que hacer que queremos empezar de inmediato, lanzándonos al proyecto, y Dios nos dice que esperemos, estudiemos y oremos. Ideamos estrategias y desarrollamos planes, y Dios los deshace todos para hacer realidad los suyos. A veces siento que estos son los signos que acompañan a los que creen. Más que sanar a los enfermos y expulsar demonios, hablar nuevos idiomas y agarrar serpientes con nuestras propias manos, Dios nos deja en la confusión y la humildad mientras esperamos en su Palabra. ¿Qué contratiempo o sufrimiento estás soportando por causa del Evangelio?
Tú y yo estamos comisionados para compartir con cada persona en esta tierra la historia de la vida, muerte y resurrección de Cristo. ¿A quién te está enviando Dios hoy para compartir la buena nueva?
Sr. Kathryn James Hermes, FSP, is an author and offers online evangelization as well as spiritual formation for people on their journey of spiritual transformation and inner healing. Website: www.touchingthesunrise.com My Books: https://touchingthesunrise.com/books/
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