What Only A Child Could Believe / Lo Que Solo un Niño Podría Creer

In the liturgy on this third day of Advent, the Church expands our hearts to take in the length and breadth and height and depth of God’s love in Christ. We are immediately reminded, as we pull out our nativities and advent wreaths and Christmas decorations, as we make our lists for Christmas gift-giving and party-throwing, that the birth of Christ brings eternity into time in such a way that time now has meaning only in light of the Kingdom of Love that will last forever. It is the Last Day of the Old Creation and the First Day of the New Creation. It is about the Day that we await with ardent hearts and fervent longing for the return of Christ.

“On that day…the wolf shall be a guest of the lamb, and the leopard shall lie down with the kid.”

We will see this gentle image on the Christmas cards we receive and send, but we long even more for this Peace that we have not yet experienced in our hearts. There is too much “harm and ruin” in the world, shattering our hearts and hopes and security and trust.

But there it is. Isaiah has foretold it. It shall be. On that day there shall be no harm or ruin on all my holy mountains; for the earth shall be filled with the knowledge of the Lord, as water covers the sea.

In today’s world, who can believe this? Who can believe that a tiny Child, the Son of God, who lived but thirty-three years two thousand years ago in a small and poor countryside could be about such a Kingdom, could bring about such a Peace?

Only a child.

We cannot stand with our hands at our sides waiting for this consummation beyond time of Isaiah’s joyful prophecy to be bestowed upon us. We have no reason to throw up our hands and cry out that things are getting worse and that the birth of God on earth has not brought about the kingdom of love that he preached.

The Gospel passage today follows immediately upon the return of the seventy disciples who had been sent out two by two to proclaim that the kingdom of God is at hand. Notice. They were not to proclaim that if people changed their lives and listened to them that the kingdom would come. They weren’t announcing that the kingdom would arrive as the result of a perfectly executed evangelization plan. No. It was a simple message. The kingdom is at hand. It is here. It is now. 

This message was so powerful that Jesus told them that as a result of their preaching this message he had seen Satan fall like lightning from the sky. 

“At that moment, Jesus rejoiced in the Holy Spirit and said, ‘I give you praise, Father, Lord of heaven and earth, for although you have hidden these things from the wise and the learned you have revealed them to the childlike.’” 

It is only the childlike who can continue to announce the arrival of the kingdom of love in a world filled with insecurity, violence, and even hatred. With even greater mystery than his sending the seventy-two disciples out to preach the kingdom, Christ continues in the Catholic Church to send out the “seventy-two” to preach the kingdom. He continues today to live and love and speak just as truly as when two thousand years ago he called twelve apostles to preach throughout Galilee, and heal and reconcile and pray and love. Christ makes use of the Church so that the work he began in his lifetime might endure until the Second Coming. Today we are sent to announce that the kingdom is at hand.

Who can believe this?

Only a child. 

If we try to make sense of it, we will not be able to. If we try to explain the existence of evil in the world in relation to Isaiah’s prophecy, it will not be possible.  

God has hidden these things from the wise and the learned. If we want to believe we must receive the revelation that the Father wishes to give to us, and to receive it, we must be childlike. 

Contact the author


En la liturgia de este tercer día de Adviento, la Iglesia expande nuestros corazones para abarcar a lo largo, ancho, alto y profundo del amor de Dios en Cristo. Inmediatamente se nos recuerda, mientras sacamos nuestros pesebres, coronas de adviento y adornos navideños, mientras hacemos nuestras listas de regalitos y fiestas navideñas, que el nacimiento de Cristo trae la eternidad al tiempo de tal manera que el tiempo ahora tiene sentido sólo a la luz del Reino del Amor que durará para siempre. Es el Último Día de la Vieja Creación y el Primer Día de la Nueva Creación. Se trata del Día que esperamos con corazón ardiente y ferviente anhelo por el regreso de Cristo.

“En aquel día… Habitará el lobo con el cordero, la pantera se echará con el cabrito”.

Veremos esta dulce imagen en las tarjetas navideñas que recibimos y enviamos, pero anhelamos aún más esta Paz que aún no hemos experimentado en nuestros corazones. Hay demasiado “daño y ruina” en el mundo, destrozando nuestros corazones, esperanzas, seguridad y confianza.

Pero ahí está. Isaías lo ha predicho. En ese día no habrá daño ni ruina en todos mis santos montes; porque la tierra será llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar.

En el mundo de hoy, ¿quién puede creer esto? ¿Quién puede creer que un Niño pequeño, el Hijo de Dios, que vivió sólo treinta y tres años hace dos mil años en un pueblo pequeño y pobre, pueda saber acerca de tal Reino y pueda traer tal Paz?

Sólo un niño.

No podemos pararnos con las manos a los costados esperando que se nos conceda esta consumación más allá del tiempo de la gozosa profecía de Isaías. No tenemos por qué levantarnos las manos y gritar que las cosas están empeorando y que el nacimiento de Dios en la tierra no ha traído el reino de amor que él predicó.

El pasaje evangélico de hoy sigue inmediatamente al regreso de los setenta discípulos que habían sido enviados de dos en dos para anunciar que el reino de Dios estaba cerca. Aviso. No debían proclamar que si la gente cambiaba su vida y los escuchaba, el reino vendría. No estaban anunciando que el reino llegaría como resultado de un plan de evangelización perfectamente ejecutado. No. Era un mensaje simple. El reino está a la mano. Está aquí. Esto es ahora.

Este mensaje fue tan poderoso que Jesús les dijo que como resultado de la predicación de este mensaje había visto a Satanás caer como un rayo del cielo.

“En aquella misma hora, Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó: “¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla!”

Solo los niños pueden seguir anunciando la llegada del reino de amor en un mundo lleno de inseguridad, violencia e incluso odio. Con un misterio aún mayor que el envío de los setenta y dos discípulos a predicar el reino, Cristo continúa en la Iglesia Católica enviando a los “setenta y dos” a predicar el reino. Continúa hoy viviendo, amando y hablando tan verdaderamente como cuando hace dos mil años llamó a doce apóstoles para predicar por toda Galilea, a sanar, reconciliar, orar y amar. Cristo se sirve de la Iglesia para que la obra que comenzó durante su vida perdure hasta la Segunda Venida. Hoy somos enviados a anunciar que el reino está cerca.

¿Quién puede creer esto?

Sólo un niño.

Si intentamos darle sentido, no seremos capaces de hacerlo. Si intentamos explicar la existencia del mal en el mundo en relación con la profecía de Isaías, no será posible.

Dios ha escondido estas cosas de los sabios y de los entendidos. Si queremos creer debemos recibir la revelación que el Padre quiere darnos, y para recibirla debemos ser como niños.

Comunicarse con la autora

Sr. Kathryn J. Hermes

Sr. Kathryn James Hermes, FSP, is an author and offers online evangelization as well as spiritual formation for people on their journey of spiritual transformation and inner healing. Website: www.touchingthesunrise.com My Books: https://touchingthesunrise.com/books/
Public Facebook Group: https://www.facebook.com/groups/srkathrynhermes/ HeartWork Spiritual Formation Group: https://touchingthesunrise.com/heartwork/

Feature Image Credit: rastellimelina, cathopic.com/photo/13454-sagrada-familia